JORNADA FINAL DEL CICLO “CAMBIO PSÍQUICO”

Montevideo, 15 Y 16 DE OCTUBRE DE 2004

CONFERENCIA
“LA PSICOTERAPIA ANALÍTICA COMO LUGAR DE PRODUCCIÓN SIMBÓLICA”
Dra. SILVIA BLEICHMAR (Argentina)

Psicoanalista
Doctora en Psicoanálisis, de la Universidad de París VII
Docente de Postgrado de la Universidad de Buenos Aires
Docente Postgrado de la Universidad de Córdoba – Argentina.
Docente invitada de numerosas universidades extrajeras
Evaluadora en investigaciones en la U.B.A. y en la Comisión Nacional de Ciencia.
Autora de importantes publicaciones: “En los orígenes del sujeto psíquico”,
“La fundación de lo inconsciente”,
“Clínica Psicoanalítica y Neogénesis”,
“Dolor país” y “La subjetividad en riesgo”
Comprometida con la realidad latinoamericana ha escrito
diversos artículos en publicaciones argentinas y extranjeras y fue asesora de UNICEF en México.
Directora del Programa de Atención a Personas afectadas por el atentado de AMIA, Buenos Aires
Asesora del Ministerio de Educación de la República Argentina.

Quiero agradecerles estar hoy acá, poder compartir con ustedes estas jornadas. Haber escuchado a Luis Correa, que ubicó -de una manera que comparto- el posicionamiento con el cual pensamos el lugar que le toca a los psicoterapeutas en estos tiempos que corren, tema sobre el cual quiero luego avanzar un poquito más. Es mi expectativa que esta inauguración sea compartida, debatida y que siente un precedente para los intercambios de mañana.

Algunas de las cuestiones que pensé dialogar con ustedes para introducirme en el tema de esta conferencia, “La Psicoterapia Analítica como lugar de producción simbólica”, tienen que ver con lo accesorio y lo permanente. Diferenciar lo accesorio y lo permanente nos lleva a lo siguiente: ¿qué tiene hoy para ofrecer el psicoanálisis?, ¿qué puede aportar al sufrimiento humano del siglo XXI? Vale decir, ¿hasta qué punto nuestro pensamiento, nuestras teorías, nuestras maneras de encarar el sufrimiento, nos permite enfrentar los problemas que aborda la subjetividad del siglo XXI? Ustedes saben que se han dicho al respecto algunas cosas realmente conmovedoras, como lo que formuló Derrida, que me conmovió por muchas razones – todos seguimos lamentando haberlo perdido la semana pasada. Derrida acaba de morir, para los que no saben, es una pérdida enorme para todos, es uno de los grandes pensadores de la segunda mitad del siglo XX y ya hemos perdido unos cuantos de los que produjeron las grandes teorías del siglo. De manera que ha sido un poco precoz y dolorosa para todos, esta pérdida. Y bien, lo que él planteó respecto a este tema es importante: se refirió no a qué lugar tiene el psicoanálisis sino a qué lugar tiene la subjetividad en el mundo que nos toca hoy enfrentar. Vale decir, la pregunta no es por el psicoanálisis si no por el sujeto en un mundo en el cual se define cada vez más al ser humano por su desempeño y no por la subjetividad que lo atraviesa.

Ustedes se habrán enterado que en Argentina tuvimos un caso parecido al que hubo acá, de un chico que llevó un arma a la escuela y produjo varias muertes y heridos; y ha sido muy impactante lo que dijo el Director de esa Escuela respecto a este chico: se les pasó larvada la gravedad del cuadro porque “era un buen alumno”. Un alumno con buenas calificaciones y al mismo tiempo un ser humano que en su aislamiento, en su dificultad para comunicarse con los otros, estaba dando cuenta de un malestar profundo que terminó en un homicidio colectivo del tipo de Columbine. De manera que la respuesta del Director de la Escuela es extraordinaria en relación a esto, ya que pone en el centro el desempeño, la performance, dejando en segundo lugar al sujeto que realiza la acción. Me parece, entonces, que cuando nosotros hablamos de qué lugar tiene el psicoanálisis, deberíamos afirmar, en primer lugar, creo, que todos nosotros somos de alguna manera resistentes a la desobjetivación del sujeto. Todos nosotros somos de alguna manera quienes nos plantamos frente a esta sociedad diciendo: El sujeto existe, el ser humano sigue siendo algo más que su desempeño, sigue siendo algo más que su capacidad de trabajo, sigue siendo algo más que aquello que se mete hoy en la trituradora, que ya no es de carne como a comienzos del siglo XX pero sí es de mentes, en la medida en que el trabajo ha pasado fundamentalmente a ser trabajo intelectual sobre el trabajo manual y lo que la trituradora destruye en este momento es, muy en particular, la capacidad productiva intelectual de los seres humanos y no su capacidad física aunque haya lugares del mundo donde esto sigue teniendo importancia.

En ese sentido me parece que tenemos que preguntarnos, ¿qué ha pasado después de un siglo de pensar nuestras cuestiones? Vengo trabajando desde hace algún tiempo para salir de la oscilación por la que ha atravesado el psicoanálisis entre el innatismo y el sociologismo. Oscilación que se ha producido a lo largo de todo el siglo XX – todavía recordamos a los culturalistas que eran gente muy inteligente por otra parte pero que al mismo tiempo marcaron claramente los límites al centrar su teorización solamente en los modos culturales de su tiempo, por muy avanzados que fueran. De manera que esta oscilación entre el sociologismo analítico y el innatismo o la idea de una cierta atemporalidad del sujeto, ha marcado a lo largo de todo el siglo en psicoanálisis.

Es para salir de esta impasse que considero necesario hacer una diferencia entre la producción de subjetividad y la constitución del psiquismo. Hay que diferenciar conceptualmente estas dos cuestiones. La producción de subjetividad es histórica, es por supuesto política, tiene más que ver con lo que un Castoriadis ha trabajado como el orden de lo instituyente-instituido. Hay modos de producción de subjetividad en cada época histórica, pero la pregunta es, ¿qué permanece de la constitución psíquica a lo largo de estos cambios que ha tenido la subjetividad? Es indudable que si nosotros hoy tuviéramos que atender niños que tienen un papá, una mamá y un conflicto como el que tenía Hans, nos reduciríamos a muy pocos pacientes, ya que son muy pocos los que llegan así a nuestro consultorio. El otro día un niño dijo una cosa maravillosa hablando de un amiguito: “¡pobre!, ¿sabés que sólo tiene 4 abuelos?”. Claro, porque ahora tienen 6, 8. Como los padres se vuelven a casar entonces tienen muchos abuelos, muchos tíos, tienen un montón de primos y esto de “¡pobre, sólo tiene 4 abuelos!”, es extraordinario porque en mi generación a duras penas llegábamos a conocer 2, a veces. Y en ésta, tener 4 es poco. Es absolutamente extraordinario. Retomemos el modelo clásico del Edipo para formularnos una pregunta de rigor respecto a los celos del niño ¿de quién tiene celos un niño de nuestra época, perteneciente a los nuevos modos de establecimientos de las alianzas conyugales?, ¿del padre que lo engendró o del señor que está casado y duerme con la madre?. Quiero decir, ¿dónde se constituye el entramado edípico? ¿Se constituye en relación a los orígenes o se constituye en relación al fantasma de la circulación sexual entre los padres?

Es evidente que ha habido cambios muy importantes a lo largo del siglo. En esta cuestión de la subjetividad ha habido cambios importantes y sin embargo, fíjense que lo que seguimos pensando es que pese a eso ha habido elementos que permanecen y que tal vez lo que nos marcan estos cambios de la subjetividad, no es la caducidad de nuestra teoría sino establecimiento de sus límites, no sólo respecto a la aprehensión de la realidad, sino a su validez intrateórica.

Para dar un ejemplo: durante años los psicoanalistas hemos contraído una enorme deuda respecto a ciertas situaciones de abuso. Hemos planteado durante demasiado tiempo luna teoría endógena fantasmática respecto a una realidad traumática abusiva en la infancia, o con mujeres golpeadas… Más aún, la teoría con la que nos manejamos mucho tiempo fue la teoría de que el sujeto construye un destino y encuentra aquello que estaba marcado en su inconsciente, una suerte de predeterminismo ya que en lugar de estar marcado por los astros, estaba marcado por el inconsciente. De esta manera fue pensada, incluso, por el psicoanálisis, la neurosis de destino no como aquello que el sujeto teoriza respecto a cómo se le produjo o porqué se produjo algo en su vida, como una teoría más digamos sobre lo real que le llega, sino como una forma de buscar un cierto destino a partir de un modo neurótico de concebir la vida; lo cual en algunos casos es indudable que se produce así, pero en una enorme cantidad de casos, se trata más bien de la restitución omnipotente de un control de lo azaroso que tiene que ver con la conservación en el interior del psicoanálisis de una fantasía omnipotente de que el conocimiento del inconsciente podía llegar incluso a birlar la muerte. Si hay algo impactante que ha producido esta concepción en el campo no sólo de las psicosomáticas sino de la producción general de la enfermedad orgánica – una suerte de Groddeckismo que retorna, un pan-psicoanalitismo que habita incluso la naturaleza – ha sido llegar a ver gente que se adjudicaba la responsabilidad de haber sido el gestor de su enfermedad… yo he visto cosas patéticas. Una paciente con un cáncer terminal diciéndole al analista “¿qué no vi doctor, qué no vi?”. Algo realmente terrible, donde encima de tener el sujeto un padecimiento tan brutal se responsabilizaba a sí mismo, se culpabilizaba de no haberse analizado suficientemente.

Cuestiones muy importantes y que tienen que ver no sólo con un problema ético, con un problema humano, sino con una manera de concebir el funcionamiento psíquico. Por qué el psicoanálisis no ha podido pensar de otra manera una serie de temas podría ser encarado desde, en principio, dos vertientes. Por un lado, el hecho de que indudablemente es imposible pensar el psicoanálisis si no es en el marco de la subjetividad de los seres humanos que lo juegan – tanto para teorizarlo como para practicarlo de uno y otro lado del diván. Sería imposible que Freud hubiera pensado la teoría si no fuera analizando al Hombre de las ratas, al Hombre de los lobos y a Hans. Sujetos atravesados por ciertas organizaciones, por ciertas estructuras, sujetos que hoy en parte serían distintos, y sin embargo, en lo fundamental, tendrían un funcionamiento psíquico regulado por los mismos principios. Yo digo, bromeando, que si a las histéricas de la época de Freud se les quedaba la pierna dura por desear inconcientemente al cuñado, esas mismas histéricas harían hoy colapsos narcisistas en caso de que el cuñado no les diera bolilla. Es indudable que el destino del deseo, respecto a los modos de pautación históricos, ha cambiado, pero eso no quiere decir que haya cambiado la motivación libidinal con la cual se produce la determinación que permite encontrar la causalidad psíquica.

Lo mismo ocurre con lo que decía antes del abuso. El hecho de que ya no podamos pensar el Edipo en los términos planteados en los comienzos del psicoanálisis, sostenidos en el drama clásico, atravesado incluso por los grandes debates que ha habido al respecto, el debate Foucaultiano, por ejemplo, que pone en el centro la cuestión del poder – lo cual no es algo que se pueda considerar sin embargo al margen del deseo, lo que varía es el tipo de deseo: del amoroso a la ambición de poder -, no significa sin embargo que el tema central, aquel que yo considero más revulsivo, la cuestión que Freud pone en el centro de la antropología, vale decir de una teoría de la humanización, no siga estando vigente: ella remite a la prohibición del goce intergeneracional, a la prohibición del intercambio sexual intergeneracional. Sin embargo, sólo a partir de la última parte del siglo XX el psicoanálisis ha podido invertir la causalidad edípica, entendiendo por ello la función del otro adulto que introduce precozmente formas de representación y formas de excitación para los cuales el niño no está preparado, parasitando sexualmente al niño en el marco de una impreparación que lo lanza a un deseo para el cual se encuentra prematurado.

Es indudable esto: el psicoanálisis hizo un aporte extraordinario con este descubrimiento que ha marcado a la humanidad: el descubrimiento no sólo de la sexualidad infantil sino del deseo intergeneracional. El gran aporte está relacionado con esta cuestión que tiene que ver con el deseo intergeneracional y con el hecho de que el descubrimiento capital del Edipo es el descubrimiento de la prohibición del goce intergeneracional y en particular, si uno invierte los términos – siguiendo con esta idea antes expresada respecto a la inversión de la causalidad edípica, como surgida del deseo del adulto que revierte sobre el niño y no endogenamente del niño – con la prohibición de la apropiación del cuerpo del niño como lugar de goce del adulto. Que esto se haya llamado “Ley del Padre”, a partir de Lacan, o Nombre del Padre, Metáfora Paterna, tiene una virtud y conlleva un problema. La virtud que tiene es que propone dar a la prohibición un carácter terciario. El obstáculo que acarrea es el hecho de estar marcado por la forma de subjetividad de la familia patriarcal del siglo XX., con la confusión consiguiente entre Ley y Autoridad, y en última instancia convalidando los modos patriarcales de esta intervención. He bromeado al respecto diciendo por qué no se llama a la inscripción de la prohibición, por ejemplo, “nombre de la hechicera mayor”, en lugar de nombre del padre… Pero bien, en definitiva lo que importa es el concepto, la idea de que hay algo que está ahí pautando la interdicción del goce, proporcionando a su vez una salida para el endogenismo, en la medida en que la convocatoria erótica del adulto respecto al niño, genera en el niño una serie de fantasmas. Y es desde esta perspectiva que el psicoanálisis se afirma como el único campo de conocimiento que puede explicar de una manera sólida, la cuestión del abuso no desde el punto de vista sociológico, no desde el punto de vista económico – más allá del hecho de que sea el Tercer Mundo el lugar donde se realiza el mayor turismo sexual del mundo en este momento y donde los países del Primer Mundo vienen a buscar prostitución infantil en Asia y en América Latia -, sino fundamentalmente puede explicar qué es lo que hace que el adulto sea convocado sexualmente por el cuerpo del niño y qué implica esto dentro de la conceptualización de las perversiones.

Intento ir cercando con estos desarrollos la diferencia entre producción de subjetividad y constitución del psiquismo. La función que cumple esta diferencia es precisamente subrayar que la producción de subjetividad varía en la medida en que la sociedad da rienda suelta y permite algunas formas de resolución de los fantasmas y deseos y prohíbe otras. Es indudable que en la sociedad argentina -y creo que en la uruguaya también- hoy es mucho más pecaminoso comerse dos sándwiches que cometer adulterio. Quiero decir que yo he escuchado, con frecuencia, la formulación que realizan muchas mujeres respecto a la culpa que les produce haberse comido 6 facturas, o 6 medias lunas. Y una cuestión que debemos definir al respecto, es si la culpa puede ser definida como siendo algo que le ocurre a un sujeto consigo mismo. Estamos acá confrontados al modo con el cual la sociedad de la culpa se ha desplazado a la sociedad de la vergüenza y la sociedad de la vergüenza ha tomado como eje la problemática del pudor. Pero estos conceptos: pudor, culpa, vergüenza son conceptos que no pueden ser pensados más que desde el orden de la relación entre el narcisismo, los ideales y los modos con los que se estructura la responsabilidad hacia un tercero.

Es a partir de esta diferencia entre producción de subjetividad y constitución del psiquismo que debemos clivar constantemente los conceptos para ver qué sostenemos y qué no podemos sostener ya, de lo que hemos acumulado durante un siglo. Y no se reduce esto solamente al efecto ideológico de los enunciados sino al sustento teórico en que se juegan. Para dar un ejemplo: el psicoanálisis careció durante muchos años, en mi opinión, de una teoría de la masculinidad. Careció de una teoría de la masculinidad en función de que la premisa universal del falo fue concebida en el marco de una superposición entre la idea de una falta ontológica -como después lo recupera Lacan- y de una castración que remite a la realidad de la presencia-ausencia del pene en una sociedad con sus propias valoraciones. Hoy es muy raro escuchar a una niña de 4 o 5 años que quiera seguir teniendo un pene. Es muy raro, al menos en nuestra cultura, escuchar eso. Hay una falacia, además, en creer que las mujeres quieran un pene para pararse a hacer pis. A nadie se le podría ocurrir hoy que a alguna de nuestras pacientes quiera eso, tal vez porque han cambiado las valoraciones respecto al lugar del género en la sociedad. Lo que sí permanece inalterado, como diría Melanie Klein, lo que se envidia, es depender de la posesión por parte del otro del objeto de goce, no el objeto mismo. De modo tal que no se trata de que las mujeres de hoy quieran un pene para hacer pis como los varones sino que no quieren depender de que el otro sea quien les otorgue a voluntad el objeto de goce. En sociedades que aún funcionan con una primacía del hombre sobre la mujer, y en las cuales la desigualdad sigue siendo muy marcada, el pene sigue investido de un valor que va más allá de su función de dar o producir goce, pero esto ha variado mucho, indudablemente, al menos en gran parte de nuestra cultura de pertenencia, a lo largo de la última mitad del siglo. Revisemos nuestra práctica y nuestra teoría para encarar estas cuestiones que abren todo un campo para pensar.

La ausencia de una teoría de la masculinidad nos dejó carentes de la posibilidad de pensar las formas con las cuales los fantasmas homosexuales se constituyen en el hombre como parte pregnante del camino hacia la masculinización. No voy a desarrollar hoy esto, no es el tema de nuestro interés de hoy, pero lo emplearé como ejemplo, simplemente, para marcar la falacia de haber pensado un inconsciente en el cual había otro sujeto que quería lo opuesto a lo que quería el sujeto del preconciente o de la conciencia: Para cierto psicoanálisis que tuvo su dominancia y que aún hoy persiste, el inconciente era concebido más bien como una segunda conciencia: teníamos en el fondo de nosotros mismos una suerte de personaje opuesto a lo que suponíamos querer concientemente: Si uno amaba, en el fondo odiaba; si uno odiaba, en el fondo amaba. De ahí a modos de ejercicio de la práctica que funcionaban como una suerte de robo de pensamiento o de máquina de influencia, hay muy poca distancia; pero creo que el problema era teórico, no solamente ético. El problema teórico era creer que en el inconsciente había otro sujeto, que el inconciente estaba subjetivizado y que en la medida en que estaba subjetivizado era una suerte de otro yo , segunda conciencia que quería lo opuesto a lo que uno suponía que quería, y que tenía una tendencia intencional hacia el objeto.

Siempre he insistido en que uno sólo puede tener temor de odiar a los que ama, de manera que es incorrecto interpretarle a alguien que teme expresar su odio, o reconocerlo, que “en realidad odia aquello que dice amar”; es porque ama al objeto que teme odiarlo, no porque en el fondo lo odia, ya que a quien uno puede odiar claramente esto no le plantea gran problema. Yo nunca tuve problema en odiar al dictador Videla, en mi país. Quiero decir que nunca tuve culpa, nunca amé a los militares “en el fondo de mí misma”, y si no confesé a veces públicamente mi placer de que les pasaran cosas horribles fue por pudor y no por culpa.

En este sentido no se podría plantear nunca que “en el fondo de cada hombre hay un homosexual”, determinado por su bisexualidad constitutiva, sino que los seres humanos están atravesados por deseos inconcientes que son cualificados por el yo como “femeninos” o “masculinos”. Y para explicitar un poquito más algo que he desarrollado en otros textos y que será motivo de un próximo libro, el deseo de masculinidad no puede constituirse, de acuerdo a mis conclusiones clínicas y teóricas, sino sobre la base de la incorporación fantasmática del pene de otro hombre, de modo que esto da un sustrato angustioso de homosexualidad a todo el proceso de masculinización.

Se trata entonces de tener en cuenta, cuando debemos por ejemplo rever nuestras teorías de la sexualidad masculina, que debemos enfrentarnos a una revisión de nuestras concepciones teóricas y no de realizar simplemente un aggiornamento de los enunciados. Es necesario volver a la teoría misma para ver cómo la puesta en tela de juicio de la universalidad de los enunciados marca los límites que tienen, y no sólo los límites históricos sino los límites intrateóricos. Esto es lo primero que les quiero trasmitir para que no caigamos en una suerte de cambio renovador de paradigmas que en realidad termine por destruir todo lo que podemos hoy conservar y transformar dentro de nuestras herramientas.

Es indudable también que nos enfrentamos – y esto tiene que ver con el problema de los cambios en nuestra práctica – a modos diferentes de la consulta, y que no es una cuestión menor en estos cambios aquello a lo cual asistimos con los procesos de desmantelamiento del sujeto, como efecto de las nuevas condiciones de vida en el interior de las transformaciones que el capitalismo salvaje impone. Lo cual requiere entonces que seamos muy cuidadosos en el ejercicio de una ética de respeto por las condiciones de subjetivación. El otro día me enteré de algo terrible: en un Hospital de Buenos Aires, el Borda, que es el famoso y viejo Hospital Psiquiátrico, unos estudiantes de psicología que hacen su pasantía, iban a ver a los pacientes – por supuesto, todos los que hemos pasado por el Hospital Psiquiátrico sabemos que al Hospital Psiquiátrico hay que ir con cigarrillos y caramelos porque los asilados piden cigarrillos y caramelos. Y me entero que a estos alumnos de psicología se les había dicho que no podían dar cigarrillos “porque eso era responder a la demanda”, lo cual además de cruel y perverso indica que quienes los guían en su formación no tienen la menor idea de qué es la demanda – porque la demanda que se articula en el marco de un proceso analítico da cuenta de las tensiones narcisistas que se instauran en el marco constitutivo del sujeto. Pero en este caso, además, lo perverso era no darse cuenta de que no hay por qué andar destruyendo narcisismos que ya no existen cuando de lo que se trata precisamente es del reconocimiento del otro en un mundo que ha dejado de reconocerlo y donde la propuesta de no responder a la demanda y de no hacerse cargo de la posibilidad de reconstitución narcisista es una acción perversa al servicio del desmantelamiento, en un mundo en el cual ya gran parte de nuestros pacientes, y en particular los más golpeados por las condiciones imperantes, no consultan atravesados por la estructuración narcisista de base sino por su imposibilidad de soportar los procesos, los embates brutales que la realidad produce que los lleva a su desarticulación.

Es este desmantelamiento del sujeto el que también se manifiesta en formas distintas de la consulta. Por ejemplo: sabemos que la mayoría de nuestras consultas de hoy, ni en adultos ni en niños, se parecen a las consultas de los libros clásicos. Nuestras consultas están llenas de pacientes psicosomáticos, de pacientes con ataques de pánico o angustia severa, de pacientes con depresiones serias y en el caso de los niños, tenemos en este momento una enorme cantidad de consultas porque los niños no pueden responder a las demandas escolares o porque están totalmente desbordados por las posibilidades psíquicas de procesamiento del conjunto de estímulos a los que se ven sometidos. Si tuviéramos que definir hoy al psiquismo deberíamos decir que no es un psiquismo carente de estímulos sino un psiquismo desbordado, desbordado por el exceso, exactamente. Y este desborde del exceso plantea que el problema central de nuestra práctica no consiste en muchos casos en el levantamiento de las defensas, ya que estas están severamente corroídas por factores traumáticos de la vida diaria. El interrogante que se nos plantea, es entonces ¿cuál es el trabajo de la psicoterapia? ¿Es ir del lado de la represión?, ¿ir del lado de la defensa? ¿Cómo se trabaja hoy para recomponer el tejido psíquico sin dedicarse por ello al fortalecimiento de defensas ni ponerse del lado de la represión en el sentido de constituirse, de alguna manera, en una suerte de vigilante del panóptico del pensamiento.

Es muy interesante esto, que tiene que ver con una pregunta que nos venimos haciendo respecto a las condiciones actuales de ejercicio de la práctica: Si no se trata, en una enorme cantidad de casos, y al menos durante cierto tiempo, de levantar la represión -aunque sabemos que, en muchos momentos, sí levantamos la represión, pero estoy hablando de las formas con las que se presentan ciertos cuadros -, si el problema central no es el trabajo con la represión secundaria, si el problema central no es el levantamiento de la defensa, si el problema central no tiene que ver con la resistencia sino con la dificultad con la que el yo se encapsula para evitar las formas de ataque y desmantelamiento permanentes que sufre, entonces, ¿ cómo operar en el marco de un proceso analítico que pueda al mismo tiempo incrementar la simbolización sin rigidizar la defensa? Esta es la pregunta central que hoy nos hacemos Lo cual podría ser formulado también en los siguientes términos: ¿Cómo incrementar las posibilidades de la productividad psíquica evitando, al mismo tiempo, los riesgos a los cuales se ven sometidos nuestros pacientes, en particular cuando se confrontan a procesos de deconstrucción psíquica?

Ha llegado a nosotros la edición de uno de los últimos libros de Derrida, un diálogo con Habermas, que se llama “La filosofía en la época del terror” y que precisamente alude a una paranoización del mundo, una paranoización de la sociedad que se expresa en el modo con el cual, en este momento, particularmente por la situación electoral de Estados Unidos, está girando la cuestión alrededor de un eje que si bien se sostiene en premisas económicas no opera sin sobre el impacto psicológico de los sujetos que de él participan. Es el eje del terror, de una manipulación del terror en medio de la cual se erige todo el planteo de Bush que consiste en decirle a la gente “si no me votan a mí sus hijos van a morir”, dando cuenta de la forma impresionante con el cual la circulación simbólica ha tomado a cargo los modos con los cuales se van definiendo las construcciones históricas, cosa que no es novedosa pero que se incrementa muy particularmente en momentos álgidos de la historia. Esto es muy notable. Si ustedes vieron “Elephant”, la película de Gus Van Sant, recordarán una escena en la cual los dos chicos protagonistas ven unas imágenes de un film en las cuales Hitler habla de la función que cumplió la propaganda en su encaminamiento hacia el poder.

Podemos percibir cómo por un lado se genera una sociedad que paranoiza y que genera mecanismos de terror y deconstruye defensas. Sociedad a la cual, por otra parte, se pretende patologizar mediante la resolución medicamentosa del malestar que yo he llamado “malestar sobrante” – que no es el malestar por la renuncia pulsional sino malestar que se genera inclusive en las formas inmediatas de resolución del goce que no tienen formas de proyección de futuro en la medida en que el sujeto queda capturado por la inmediatez.

Esto nos plantea problemas constantes en nuestra práctica. Para dar un breve ejemplo: en Buenos Aires hay un programa de televisión que también se debe ver acá, en Montevideo, porque es para toda América Latina, en el Canal Cosmos, cuya conductora es una gordita que se llama Alexandra que da consejos sexuales. Bien, entonces Alexandra que es un personaje insólito explica cómo y por qué las mujeres eyaculan, diciendo cosas extraordinariamente bizarras, de sexología “silvestre”, centrado su discurso en enseñarle a las mujeres cómo darse placer a sí mismas. Esto aparece en la sesión de análisis de una paciente lo trae de la siguiente manera, diciendo: “Bueno, a usted por ahí le parece mal (como bromeando), por ahí a usted no le gustaría, porque tal vez,, Silvia, Ud. es más reprimida de lo que parece; pero el otro día la vi a Alexandra y explicaba cómo una puede darse placer”, y comenzó a describir: una baño de inmersión, tres velas, cuatro hombres, lo que uno encuentre, lo que importa es el placer,.lo que importa es darse placer. Y pueden Uds. imaginar cómo me colocaba ante una disyuntiva que es la siguiente: si yo le planteo a esta mujer que eso es perverso, quedo emplazada del lado de la moral y de la norma. Pero al mismo tiempo, y ahora quiero aludir al concepto de perversión, acá hay otra cuestión que de no tenerse en cuenta puede hacernos caer en una trampa, en un engaño, que consiste en apelar a la moral para desestimar la forma de goce propuesta. Por lo cual la cuestión fue desplazada, en mi interpretación, hacia otro eje, diciéndole: “Mire, fulana, el problema suyo no es cómo obtener placer, sino la dificultad que usted tiene para armar vínculos, con lo cual esto le viene muy bien para justificar su soledad y no salir de ella.. Con lo cual usted se podrá dar todo el placer que quiera con 3 velas y 2 perros – le digo – pero el problema de todo esto es si usted va a salir de la soledad en que está capturada a partir de la pérdida de su pareja, o la va a instalar definitivamente allí”. Se trata de un viraje, esto que le estoy planteando, y no tiene que ver con el goce, tiene que ver con la relación intersubjetiva y el desmedro que esta aceptación de una forma de goce implica.

Como Uds. ven el ejemplo se abre en varias direcciones. No sólo en la intervención desde un punto de vista, llamémoslo, técnico, sino en la redefinición de una concepción distinta de la perversión. Es indudable que nosotros no podemos seguir planteando que la perversión es el uso de las zonas erógenas no determinadas para reproducción, que atenta contra la pulsión de vida que permite su reunión en el momento en que uno logra un coito perfecto para engendrar un niño maravilloso.

La teoría teleológica de Freud, la teoría en dos tiempos de la sexualidad, es una teoría que borra con el codo la genialidad del descubrimiento de la sexualidad como sexualidad no procreativa, justamente como sexualidad no definida por el instinto. Éste es un tema que tenemos que trabajar en nuestra teoría pero, al mismo tiempo, ¿cuál es el elemento importante que está presente en el concepto de perversión cuando uno piensa en la función de la pulsión parcial? Es el hecho de que la pulsión parcial cuando opera, opera más allá de la relación con el objeto como objeto subjetivado. El objeto de la pulsión es indiciario, y lo que caracteriza a la perversión no tiene que ver con el uso de una u otra zona erógena sino con el modo con el cual es concebido el otro como objeto de amor con el cual se constituye el placer o como mero soporte del indicio. Hay en este sentido una anticipación genial de Melanie Klein en la idea de pseudo-genitalidad, cuando propone considerare a lo genital no como algo dado por el empleo de la zona sino por la relación con el objeto total. Y. más allá de la discusión sobre qué quiere decir objeto total, lo interesante del concepto de objeto total es que se trata de un objeto en el cual son reconocidos tanto el amor como el odio, vale decir un objeto que implica una relación de ligamen que lo emplaza en un lugar que no está determinado sólo por permitir vehiculizar la descarga pulsional, capturado por un fantasma de goce. La posibilidad de redefinir la perversión como modo de subjetividad en la cual el otro es sólo lugar de goce o el cuerpo del otro es tomado de manera des-subjetivizada como lugar de goce, marca una forma distinta de posicionarse en el plano de esta disyuntiva brutal que aparece entre placer y moral en el interior de nuestra práctica.

Quisiera tomar un ejemplo en este momento para introducirme en aquello que he trabajado como neogénesis, y que tiene que ver, indudablemente, con la posibilidad de cambio psíquico; que tiene que ver fundamentalmente con la idea de que el psicoanálisis no se reduce a encontrar lo ya producido sino a producir algo nuevo. Se trata de concebir al análisis no sólo como el lugar donde se devela lo reprimido encontrando lo ya dado, lo ya producido que la defensa sepultó con la ilusión de volver a un punto anterior para allí desanudar algo, sino de concebir al análisis como capaz de producir algo no fundado previamente, capaz de generar algo que no había sido producido nunca en el sujeto, pero que al mismo tiempo no se puede producir sino sobre la base, a partir de lo previamente existente, porque neogénesis no quiere decir creación de la nada, sino transformación, generación de algo nuevo sobre la base de lo ya existente. Para ello debemos medir, en nuestra práctica, los momentos de salto y transformación, no como si fuéramos demiurgos asistiendo a la creación de algo totalmente diverso a lo que estaba, sino como artesanos capaces de producir nuevos objetos con la materialidad existente previamente. He trabajado esta idea desde distintas variables. Por un lado, por supuesto, en lo que tiene que ver con los tiempos de la constitución psíquica, a partir de la idea de que los primeros años de la vida son años en los cuales todavía no hay fijaciones estructurales, en los cuales está en proceso la constitución psíquica, lo cual hace posible que las intervenciones analíticas sean determinantes para definir modos de abordajes de los desenlaces que va tomando el psiquismo respecto a los nudos patógenos a los que queda adherido en el interior de la estructura que lo constituye. Por eso es muy raro que yo prescriba el análisis a un niño muy pequeño, lo cual no quiere decir que no haga intervenciones analíticas, y estas intervenciones analíticas una vez producidas tienden a dejar al aparato psíquico librado a un proceso de recomposición dentro de ciertas líneas que posibilitan una mejor evolución en la constitución del aparato psíquico y, a posteriori, otras reconsultas. Quisiera contar un ejemplo para que se vea, metapsicológicamente, esta idea de cambio psíquico.

Se trata de una niña de 2 años y 6 meses, brillante, divina, y si bien son ambos padres los que consultan, la observación inicial de la aparición de, llamémoslo un síntoma, la realiza la madre, que es una persona muy sensible y con una observación muy aguda ya que no posee conocimientos de psicología más allá de la divulgación que la cultura argentina ha producido. Y bien, esta niña se chupa el dedo mientras acaricia la pierna de la madre, llegando inclusive a pedirle que se quite la media para poder acariciarla. Acción que realiza, como relata la madre, con la carita ida, como “en viaje”.

Ustedes saben que hay una diferencia muy grande entre el niño que se chupa el dedo mientras está haciendo algo o en el momento de dormir y aquel que se aísla, que está como en un mundo propio, alucinatorio podríamos pensar, mientras ejercita esta acción, la cual realiza, por otra parte, en el marco de actividades que deberían convocar su interés. Lo cual permite entender de qué modo el autoerotismo puede operar como imposibilidad de conexión con el objeto, y no sólo con el objeto de amor, sino incluso con el objeto cognitivo en la infancia, que es lo que las maestras detectan rápidamente, ya que el problema del autoerotismo tiene que ver con que el niño que está en un movimiento autoerótico está, no sobre sí mismo, sino sobre aquello en lo que ha quedado capturado, teniendo restringida su capacidad por esta captura de la libido para conectarse con el exterior.

La mamá consulta porque le preocupa esto, el aislamiento que acompaña esta conducta autoerótica, que tiene, además, la particularidad de dar cuenta cómo el autoerotismo puede ejercerse con un fragmento del cuerpo del otro. Es muy interesante porque a medida que yo empiezo a trabajar en sesiones de binomio madre-hija, la niña, en estas primeras sesiones, está furiosa. Llora y se enoja, no quiere estar. Y una de las cosas que comienzo a trabajar es que, porque le han explicado por qué viene, está enojada conmigo y teme tener que renunciar a hacer aquello que le da tanto placer, que le gusta tanto, y no quiere que yo se lo saque. Y que por eso no quiere entrar. Éste es todo un tema. ¿Qué gana un sujeto abandonando el síntoma? Esta es una pregunta fundamenta, y particularmente en el análisis con niños. Porque a veces hay una propuesta que parece casi religiosa, cuando algunos colegas dicen “identificarse con el síntoma, el encuentro con la verdad”, ¿quién va a pagar cinco años de análisis para encontrar la verdad? Tal vez un filósofo, un teólogo o un “laico del psicoanálisis” – que los hay, así como hay laicos de la Iglesia. Pero los seres humanos tienen en estos tiempos tal nivel de sufrimiento que la pregunta que se hacen es: “Bueno, ¿qué recibo a cambio del abandono del síntoma?” O, “¿por qué no me sirve esto que estoy haciendo?”

La cuestión es entonces que respecto a este caso que les traigo se va armando toda una trama muy interesante en donde me planteo y pienso desde ahí este cuadro: esta no es una relación de pegoteo con la madre, más allá de que esta mamá no pueda privar a la hija de este goce porque por su propia historia y por una serie de abandonos que tuvo, no puede posicionarse de otro modo ante esto que le ocurrió a la hija sin la ayuda de un tercero, en este caso la mía. ¿Por qué la mía y no la del padre? Porque el padre también tiene relaciones en las cuales le es difícil renunciar al goce con los hijos. Hay una diferencia: a la madre le es difícil frustrar narcisísticamente, al padre le es difícil renunciar al goce, son dos cosas diferentes. A tal punto que en una entrevista con ambos padres, la madre se queja de que el padre la besa en el cuello, la erotiza mucho, le da piquitos en la boca, y él me dice: “Bueno, todos mis amigos hacen lo mismo” y le digo que la estadística no es normalidad ni salud. Ya lo demostró la historia. La estadística puede demostrar que una sociedad está trastornada y que un montón de gente está enferma, así que no me venga con el cuento de que sus amigos lo hacen. Yo lo que quiero decirle es que en su hija, esto produce algo, ¿qué es lo que produce? Un exceso de excitación que ella no puede resolver. Y ¿cómo lo resuelve? Bajo los modos que ella sabe. ¿Cuáles son esos modos? La del chuparse el dedo y tocar el cuerpo de la madre. Esta forma de tocar el cuerpo de la madre entonces, es una forma autoerótica aunque sea con el cuerpo de la madre, esta forma autoerótica conduce a una fetichización de la escena aunque sea precoz.

Revisión, entonces, del concepto de perversión en la infancia. Esto no es polimorfismo perverso. Esto es un modo ya de ejercicio fetichista de la relación sexual con el objeto que puede conducir justamente a una forma alterada de toda la vida erótica.

Entonces pasa algo muy interesante… Luego de dos o tres entrevistas, ocurre algo que es tan interesante como enternecedor porque llega a la sesión, se mete el dedo en la boca, me mira desafiante, y empieza a tocar a la madre, sabiendo que yo no estaré de acuerdo, que estamos allí para que pueda dejar de hacerlo. Pero ella muestra su inclaudicable aferramiento al goce. Lo cual por supuesto le señalo diciéndole que entendí perfectamente su mensaje.

Pero luego de varias sesiones, en la cual hablamos de la diferencia entre apropiarse de la pierna de mamá, o de un pedazo de mamá, y acariciarla porque la ama, comienza a tocar la cara a la madre y me mira de una manera muy tierna, muy graciosa. Lo cual demuestra que al goce no se renuncia si no es por amor. Ella renuncia porque la madre se rehúsa diciéndole que eso que hace, de tocarle la pierna, no es bueno y que a ella no le gusta que lo haga. Y renuncia igual que se renuncia en el caso del control de esfínteres, por amor al otro, lo cual si continúa del modo esperable debe culminar en la represión y no sólo en la renuncia de la conducta autoerótica.

Pero luego ocurrió algo muy interesante, y es que esta niña, cuando empezó a renunciar a esa forma autoerótica de goce con el cuerpo de la madre, comenzó a angustiarse por la separación con la madre. Hasta ese momento nunca se había angustiado pero no porque estaba pegada a la madre sino porque no estaba en relación con la madre sino porque tenía un pedazo del cuerpo de la madre. Y ayer mismo recibo un e-mail de la madre en el cual me cuenta, luego de dos semanas que no las veo porque están de viaje, que quiere venir prontito porque ocurrió algo inesperado: que esta nenita, que tiene ya 2 años y 8 meses y controla esfínteres perfectamente, empezó no solamente a defecar en un pañal sino a no querer defecar en el inodoro, apareciendo por primera vez la angustia de pérdida de las heces. Y esta angustia de pérdida marca entonces una cualidad diferente que ya no tiene que ver con el objeto parcial sino que tiene que ver con la relación amorosa con el objeto y con los bordes del cuerpo. Lo cual confirma nuevamente que aquel modo de apropiación del cuerpo de la madre, que podía ser confundida con una relación de pegoteo a la madre era una relación autoerótica que estaba marcando una corriente de la vida psíquica, que de no transformarse iba a ser insubordinable al narcisismo amoroso, para ser luego recapturada, paradójicamente a posteriori, el narcisismo como forma de rehusamiento al abandono del goce.

Si ustedes piensan lo complejo que es este cuadro en la infancia, es maravilloso poder pensarlo, poder detectarlo, poder transformarlo y poder ver el cambio ahí. Porque por primera vez aparece la angustia de desprendimiento con las heces y con la madre, tema que no había aparecido nunca. Era una nena que por ejemplo ejercía esta apropiación del cuerpo de la madre mientras estaba con ello, pero que cuando llegaba a la escuela entraba perfectamente, y nunca tuvo problemas con el control de esfínteres, de modo que no manifestaba angustia de desprendimiento. Con lo cual siempre quedó adherida a un pedazo de cuerpo que le daba garantías para no tener que sufrir la pérdida del objeto. Al perder el objeto autoerótico que era un pedazo del cuerpo del otro, ella empieza a tener esta angustia que tiene que ver con el temor a la pérdida del objeto de amor y con la recomposición narcisística.

Se preguntarán por qué digo entonces que no hubo análisis, sino una intervención analítica en la cual fuimos ubicando varias cuestiones. Porque en realidad los elementos fundamentales del método clásico están ausentes, aunque estén muy presentes otros. El objetivo fundamental no está en encontrar el sentido del síntoma, concibiendo este sentido como inconciente, sino en ofrecer una construcción sobre la fijeza de un modo de goce que es del orden del trastorno, fijeza compulsiva que implica que este no ha sido reprimido, fijado al inconciente, sino fijado al sujeto que se ve por él capturado. Hay una intervención sobre los distintos actores de la estructura edípica: ubicado el padre en una relación con el cuerpo de la niña, relación sobre la cual hay que establecer ciertas interdicciones; esto no significa, por otra parte, que estemos ante un padre carente de amor, incapaz de establecer ciertas pautas fundamentales. Son padres que se quieren mucho, se gustan, en los cuales la sexualidad circula sin necesidad de derramarse sobre los hijos – lo cual demuestra que la sexualidad adulta, aún la más lograda, puede coexistir con aspectos de la sexualidad infantil parental que se deslice sobre el psiquismo del niño. Y es en razón de esto que la intervención debe ser sumamente delicada y precisa.

Se trata de ubicar el posicionamiento de cada uno de los elementos en el cuadro, ¿qué determina del lado del padre? ¿Qué determina del lado de la madre? ¿Qué se juega en el goce estructurado en la niña? Eso abrió la posibilidad de hacer una circulación, si ustedes quieren, de los actores en repensarse.

Hay un momento muy interesante que tiene que ver con un problema también teórico-práctico, un momento en el cual la madre me cuenta que a ella le produjo mucha molestia el hecho de haber visto, un día, que la niña y su hermanita juntaron sus lenguas, como en una suerte de beso erótico. Se sintió muy perturbada, incómoda. Relató también que esto ocurrió delante de ambos, y que el padre se rió, no siendo perturbado por este hecho. Yo no pude, como supondrán, dejar de manifestar mi desacuerdo con su actitud, ante lo cual me dijo: “Pero, por qué, ¿yo lo tengo que prohibir?” Y le respondí: “Mire, el problema no es que lo prohíba, el problema es porqué no le dé asco una escena de lesbianismo. No se trata de que la cuestión resida simplemente en que lo prohíba o no lo prohíba, sino en qué le pasa a usted con la sexualidad de su hija. Porque una cosa es que sea muy open mind en el mundo y otra cosa es que no le produzca angustia o al menos inquietud el hecho de que se esté chupando la lengua con otra mujer o con otra persona, ya que esta es una escena sexual que no deja indiferente a quien la presencia”. Podríamos preguntarnos, también, qué hubiera pasado si esto se hubiera producido con un hermanito… si el padre hubiera reaccionado igual o hubiera armado un lío terrible, al ser destituido de su lugar de único hombre de la tribu. Acá lo interesante es cómo la no interceptación aparece por el lado de la racionalidad de que ésta no es una escena sexual porque es entre niñas. Ustedes se dan cuenta que a mí lo que me importó pautar al padre para que establezca la prohibición, sino remitirlo a que piense qué le pasa a él con esto. Porque la prohibición, para ser efectiva, debe surgir del rechazo que el adulto siente por la sexualidad infantil de sí mismo y por las formas, digamos perversas, con las que circulan sus propios fantasmas. De modo que no es se trata sólo de la prohibición, sino de qué le pasa al adulto en su propio sistema representacional respecto al goce cuando la ejerce.

Intervención, entonces, que tiene que ver con los momentos de constitución psíquica, diferente a aquellas intervenciones a efectuar en los procesos con pacientes adultos con los cuales nos preguntamos sobre la viabilidad de la aplicación del método, la cual debe estar regida por el conocimiento del funcionamiento psíquico operante, ya que esta aplicabilidad del método se ve determinada por el conocimiento metapsicológico en el cual es fundamental tener en cuenta que el problema de la finura de la herramienta, está dada no por el carácter de las representaciones sino por la posición tópica que tienen las representaciones. El posicionamiento tópico de la representación, el hecho de que los fantasmas intolerables para la cultura estén o no reprimidos, pone en primer plano esta cuestión de la aplicabilidad del método, que se sostiene en el reconocimiento del carácter reprimido de la representación y de sus efectos en la constitución de síntomas.

Para dar un breve ejemplo de esto: una paciente adulta universitaria que había sido analizada muchos años por una persona con la que yo estaba vinculada profesionalmente, dejó su tratamiento después de muchos años, lo cual propició que su analista viniera a pensar con mi ayuda, luego que su pacientes se descompensara, cuáles podían ser las causas que llevaron a este desenlace. Muchos años antes, en la primera entrevista realizada al inicio del tratamiento, la paciente le había manifestado, sin crítica ni asombro sobre su propio pensamiento, su miedo de contagiarse un cáncer de un amigo. Era una paciente culta, universitaria, que sabía perfectamente de la imposibilidad de un contagio de cáncer. Y ante este absurdo formulado no dijo: “Mire qué idea loca tuve”, porque todos podemos tener ideas locas pero las contamos así “mire que idea loca tuve, mire la tontería que se me ocurrió”. Pero en esta paciente no. Ella lo contaba como una certeza. Y en la medida en que aparecía como una certeza daba cuenta de una corriente psicótica de la vida psíquica, que nunca fue reductible a la lógica. Que nunca fue percibida como que en esta paciente fallaban las formas del como sí. Con lo cual uno de los problemas que tuvo el análisis es haber trabajado como fantasmas y metáforas, cosas que eran vividas por la paciente como elementos concretos de la realidad en la que estaba inmersa.

Cambio psíquico entonces sería, precisamente, el pasaje de un estado a otro teniendo en cuenta que esta paciente y acá viene el problema con la estructura, no es homogéneamente y estructuralmente psicótica sino que hay una corriente psicótica en la vida psíquica que debe ser tomada en cuenta porque es allí donde el método encuentra su límite y debe proveerse de nuevas herramientas. Este es el gran debate que ha habido durante años respecto del Hombre de los Lobos. ¿Era o no un psicótico? Había una parte de él en donde había tenido una alucinación infantil, ¿eso lo hacía un psicótico? No, no lo hacía un psicótico. ¿Eso lo hacía un border? ¿Qué quiere decir entonces la aparición de esa alucinación? Quiere decir que había coexistencia de varias corrientes y en cierto momento se activaban las más deconstruídas y en otro momento aparecían las más neuróticas y que esto se iba definiendo muchas veces por los procesos transferenciales y el modo en que se articulaban, no tanto por el descubrimiento de los fantasmas inconscientes.

Para volver al título que les planteé y detenerme un poco en eso. Empecé diciendo que era importante hacer una diferencia entre constitución del psiquismo y producción de subjetividad o entre todo aquello que tiene que ver con el funcionamiento psíquico en sus regularidades más allá de las variaciones históricas y aquellos elementos que sí tienen que ver con las variaciones históricas.

La primera cuestión que yo quiero plantear respecto a la simbolización y -me voy a tomar unos 10 minutos para cerrar este tema que me parece muy importante- es la siguiente: la simbolización humana surge precisamente de un exceso. Aquello que se inscribe, plantea Freud en el Proyecto y esto es muy interesante, es algo que no es reductible a la autoconservación.

¿Qué se inscribe de la vivencia de satisfacción? Los signos que acompañan la ingesta, el calor, el olor, la textura, justamente aquello que no es del orden de lo autoconservativo, aquello para lo cual no está preparado desde el punto de vista instintivo ni biológico, ni tiene el aparato la información genética. El aparato no tiene la información genética para recibir estos estímulos. Es justamente lo que excede esta información, lo que propicia el crecimiento psíquico, la insuficiencia de esa información. ¿Por qué? Porque el tipo de estímulo que viene es un estímulo que es excitatorio y no es un estímulo de carácter fijado en la información genética. Acá viene la diferencia entre información y conocimiento. La información genética tiene muy poco que ver con el conocimiento humano. Quiero decir que si fuera por la información genética uno comería de todo sin preocuparse por el colesterol porque no tiene inscripto en ningún lado la noción de colesterol. Lo que tiene inscripto en todo caso es el rechazo a ciertos alimentos cuando tiene una disfunción hepática. Entonces vomita y no puede comer los fritos. Pero durante años la humanidad comió huevos fritos sin preocuparse por el colesterol. El colesterol es un problema que apareció, a nivel representacional, hace 30 años: antes de esto producía efectos, pero estos efectos estaban en el orden de lo real.

Esta insuficiencia de la información genética se abre hacia la posibilidad de constitución del conocimiento, teniendo como premisa el hecho de que el deseo, como modo mismo de surgimiento de la simbolización, se constituye a contrapelo de la autoconservación, y no en contigüidad con ella. Quiero decir que todo lo que tiene que ver con la oralidad tiene muy poco que ver con la autoconservación – cuestión que está en la base de los trastornos llamados de la alimentación que estamos viendo hoy precisamente.

Pensar que la anorexia es un fenotipo es una brutalidad cuando en realidad uno se plantea que ha habido culturas en épocas como las de Renoir o las de Rembrandt, en la que las mujeres gordas eran divinamente codiciadas -benditas sean – y no había ninguna información genética que llevara a la anorexia.

Entonces estas primeras simbolizaciones se caracterizan precisamente porque – acá viene un problema – ¿qué simbolizan? Las primeras representaciones, las que Freud hace depender de la vivencia o de la experiencia de satisfacción, que se inscriben como efecto de un objeto exterior pero al mismo tiempo no son una réplica, ni representan al exterior. Esto quiere decir que estas primeras inscripciones no reflejan el objeto del mundo sino que se ven constituidas por los signos de percepción que se desprenden del mismo en el encuentro libidinal que lo captura. El “pecho” no es el pecho como objeto del mundo real ni como concepto, sino las marcas desprendidas de ese objeto real en el cual se ensamblan la propia lengua, la textura y calor que de él emanan, e incluso el olor del perfume de la madre que lo ofrece. Qué es lo que van marcando estos signos de percepción que forman las primeras inscripciones y que tienen unas características extraordinarias. En primer lugar, y sé que esto produce cierta revulsión epistémico, creo que nosotros tenemos que revisar la hipótesis de que es la falta lo que produce la representación. La falta del objeto, en todo caso, activa la representación. Pero esta representación es producida por la presencia real del objeto, aunque se active con su falta – o incluso, podríamos decir, con la falta en cada reencuentro con el objeto real de algunos de los signos de percepción que acompañaron su presencia. Por ejemplo, si la madre cambió el perfume, si sus manos ese día están más frías, si se puso bicarbonato en el pezón, el objeto encontrado no será igual al objeto inscripto, por lo cual los restos de signos de percepción originarios se verán carentes de sostén real, de reencuentro, por eso el objeto no es nunca el mismo, pero al mismo tiempo guarda los principales rasgos de reencuento que posibilitan su permanencia e instalación menos precarias.

Y bien, entonces la representación la produce el exceso del objeto, y no su falta, aunque la active la falta, y no habría razón para que algo se inscriba en default, de modo que la inscripción no puede ser el efecto de la falta. Más todavía, lo que plantea Freud es que se inviste la huella de la experiencia de satisfacción cuando vuelve a aparecer la tensión de necesidad pero no que se inscribe la tensión de necesidad en el momento de la experiencia de satisfacción. No, es un momento posterior. Es imposible representar la falta de algo que nunca existió. Esto es de un idealismo escandaloso salvo que uno crea que hay un sujeto trascendental. Apelo a las próximas elecciones presidenciales de fin de mes, por favor, y al espíritu materialista de todos ustedes para que me crean que es imposible inscribir ontológicamente la ausencia salvo apelando al sujeto trascendental, sino lo que hay es una inscripción de la presencia.

Las primeras representaciones son el efecto de un exceso, estas primeras representaciones tienen una característica: son representaciones que constituirán los gérmenes de toda simbolización, no siendo, en sentido estricto, simbólicas, ya que no representan a un objeto real sino a sí mismas, y su única función es reequilibrar la economía psíquica. Más todavía, atentan contra lo autoconservativo. Esa frase de Lacan es maravillosa cuando dice “un aparato construido contra el apremio de la vida”. Totalmente construido contra el apremio de la vida que lo lleva a Freud a preguntarse: ¿cómo cede la alucinación primitiva? Sabiendo, al igual que nosotros, que no se puede aprender nunca, aquello que es del orden de la conservación de la vida, por ensayo y error, ya que al primer error uno se muere. Se puede hacer cualquier cosa por ensayo y error, aprender a amar por ensayo y error, cocinar y generar experimentos químicos, pero no se puede aprender a vivir por medio de este método. ¡Al primer error sonamos!

Ahí está la función del otro, es el conocimiento del otro respecto a la vida y la muerte lo que garantiza la supervivencia de la cría humana y no el ensayo y error de la misma cría. Por eso nosotros sabemos que acá lo que define es el conocimiento del otro, por lo cual habría que retomar la idea de que todo conocimiento implica una antecedencia, pero esta antecedencia no es trascendental sino efecto de la presencia del otro humano.

Estas primeras representaciones tienen otra característica, la cual podemos considerar extraordinaria: Son pensamientos no pensados por nadie. Son pensamientos que anteceden la existencia de un sujeto pensante. Piensen en la representación de Freud, en la phantasy de Melanie Klein, el significante Lacan. Son todos intentos de marcar que hay algo que precede la existencia de un sujeto y que este sujeto pasará el resto de su vida tratando de apropiarse de esos pensamientos que no fueron pensados por él. Tampoco por otro, porque acá viene la cuestión, “ah, entonces lo pensó la madre”, ¿por qué es tan difícil darse cuenta de esta genialidad freudiana, es tan difícil asir esta genialidad que es el gran aporte del psicoanálisis a la historia del pensamiento del siglo XX y que implica un verdadero salto frente a toda la historia de la filosofía? Que puede existir pensamiento sin sujeto, es una idea absolutamente genial pero tan difícil que los psicoanalistas nos hemos dedicado toda la vida a mostrar que no, que esos pensamientos eran pensados por otro, una suerte de sujeto del inconsciente que amaba donde el yo odiaba, odiaba donde el yo amaba, quería matar, era volitivo, un inconsciente volitivo, un inconsciente tendido a la resolución en el mundo de las cosas a tal punto que…. Un verdadero constrasentido teórico, de consecuencias gravísimas para la práctica. El analista en lugar de decirle a su paciente: “usted teme estar a punto de hacer algo que no puede soportar hacer pero que al mismo tiempo no puede evitar” – interpretación que pone de relieve tanto el carácter compulsivo de la representación activada como devastado del sujeto inerme para evitar su accionar, le dice “usted en el fondo quiere hacer eso que dice que no quiere”. Fíjense la diferencia que marca una concepción desubjetivizada del inconsciente en nuestra práctica respecto a la lectura con la que uno establece una posibilidad de pensar los modos de representación con los cuales el sujeto se ve articulado al deseo. La diferencia establecida por Lacan entre goce y deseo o goce y placer, no pasó nunca de ser un enunciado filosófico respecto a la cadena significante, sin por ello devenir una verdadera respuesta en la práctica clínica para evitar la reintroducción del sujeto en psicoanálisis con las consecuencias desarticuladotas y tendientes a favorecer el pasaje al acto que esto implica. Que el sujeto fuera lo que representa un significante para otro significante era una manera de marcar que se había terminado con el sujeto, pero mucha gente lo entendió como que estaba en otro lado. Entonces “en el fondo estaba la verdad, el significante, marcando la posición del sujeto deseante”…. Y con ello, la reintroducción de un sujeto trascendental pero un tantito degradado en el inconciente.

Volviendo a la idea de “Un pensamiento sin sujeto”, es esto lo que define el carácter presubjetivo de los modos de representación que devendrán parasubjetivos cuando se constituya la represión, quedando entonces el inconciente, siempre, en el orden de lo para-subjetivo. Yo no estoy hablando de los aspectos reprimidos del yo, de los aspectos preconcientes, estoy hablando de aquello que insiste permanentemente y que es tan difícil de capturar por la palabra, constituyendo uno de los grandes malestares del ser humano. Porque no es solamente la renuncia pulsional la que produce el malestar en la cultura, sino la sensación permanente de que el lenguaje no puede terminar de capturar la vivencia. Por eso existe el arte. Porque hay un algo no comunicacional, hay algo de la vivencia que no puede ser capturada, y gran parte del análisis transcurre por la vía no de desecar el inconsciente, sino de ir creando las posibilidades simbólicas de captura de aquello que se rehúsa a la palabra. Esto pasa a nivel histórico también, ya que los nuevos fenómenos que la sociedad produce no son capturables sólo con los viejos significantes, y es en razón de esto que la sociología ha retomado el término aristotélico de catacresis, para dar cuenta de una metáfora lexicada, es decir de una metáfora que se convierte en parte del léxico compartido. Nosotros en este Cono Sur hemos elaborado un montón de catacresis: Tenemos “los piqueteros”, tenemos “los desaparecidos”, tenemos “las madres”. Fíjense que son todas catacresis, son todos significantes metafóricos que se convierten en léxico. En Estados Unidos los yanquis dicen “corralito”, es impresionante, no hay traducción de corralito, entonces lo llaman así porque es un producto autóctono, nuestro, el famoso corralito. Y ese corralito es una catacresis porque todos sabemos que no es un lugar para guardar a los niños. Y hoy yo digo “corralito” y todo el mundo grita ¡¡¡ahhh!!! Antes yo decía corralito y todo el mundo pensaba en poner un niño adentro.

Esta cuestión que tiene que ver con la dificultad del lenguaje para capturar la vivencia es lo que marca permanentemente el borde de la angustia en el sujeto. Eso es lo que Freud plantea, además, cuando dice que los más masivos ataques de angustia se producen antes de la represión secundaria, antes de la instauración del superyo, y todos sabemos por nuestra experiencia, cómo niños muy inteligentes son a veces presas de mucha angustia cuando no pueden capturar ni comunicar vivencias muy masivas que tienen, y muchas veces el surgimiento de neologismos en la infancia intenta disminuir esta dificultad, cercar de modo más preciso la vivencia. Posibilidad de captura de la vivencia que el lenguaje rehusa, que el adulto sólo se permite en la creación artística o científica o en la psicosis, pero que en el niño es habitual como parte de la necesidad de construir de algún modo una forma de comunicación.

Esto que se plantea como problema central reaparece en el análisis. Cuando yo digo:”El análisis, un lugar de producción simbólica”, me refiero precisamente a que no se trata solamente de recuperar mediante el discurso aquello que el sujeto tiene inscripto como palabra sino de capturar en un entretejido diferente aquello que nunca fue puesto en palabra o aquello que se rehúsa a ser puesto en palabra no sólo por la represión sino porque nunca fue significado. Esto marca una posición muy diferente a ciertas posiciones clásicas, pero da cuenta, al mismo tiempo, de una cuestión central en la cual los analistas hemos efectuado, inevitablemente, las acciones que hoy intento conceptuar.

Desde 1900 Freud se plantea esta cuestión con los sueños simbólicos. El problema de la teoría simbólica aparece como un intento de darle nombre a aquello sobre lo cual el sujeto no puede asociar. La pregunta es si no puede asociar porque la represión está operando o no puede asociar porque llegó al límite de lo decible. Ahí es donde creo fecunda la idea de producir en el análisis enlaces simbólicos, que son simbolizaciones de transición , que tiene que ver con la construcción de hipótesis que permiten al sujeto transitar sin que estas hipótesis sean verdades definitivas porque ese es el otro problema, nada de lo que uno le dice al paciente son verdades definitivas con los cual las hipótesis que uno arma son sólo eso, hipótesis. Podríamos formularlo así, diciéndole incluso a un paciente algo de este estilo: “mire, le voy a decir algo…le voy a pedir que lo tome como algo sobre lo cual podamos seguir pensando y veamos si sirve. Porque cuando usted estaba hablando y se encontró con esta dificultad pensé si no podía tener que ver con aquello otro que usted me ha contado hace ya tiempo, algo que tal vez podría relacionarse con esto”. Se trata en este caso de un autotrasplante; no de una construcción desde la teoría, sino de algo mucho más cercano a lo real y que tiene que ver con los procesos de deconstrucción permanentes que el embate de lo real produce sobre el sujeto. Esto es lo que Peirce llamó “abducción”, y que Uds. pueden consultar en otros textos míos y también, desde el punto de vista semiótico, en la bibliografía pertinente.

Sabemos que uno de los problemas más serios que se le plantean al hombre actual es el carácter aterrador de lo novedoso en la sociedad. Y si retomáramos la diferencia que alguna vez conceptualicé entre miedo y terror, respecto a que el miedo podemos afirmar que es aquello que permite la instrumentación de la defensa, sea este miedo neurótico o realista como diría Freud, no importa, pero un miedo ante el cual el sujeto puede armar algún tipo de causalidad, de legalidad que pueda sostener acciones tendientes a evitar las consecuencias temidas. Pero el problema consiste, en la actualidad, en que gran parte de nuestras acciones se despliegan en un mundo muy imprevisible cuyas leyes no conocemos, un mundo ominoso, Umheimlich, que se ha convertido en extraño, y en el cual el sujeto sabe a qué le teme pero no sabe cómo protegerse.

Hace poco un paciente, un hombre de 42 años, me dijo algo impactante: “Silvia, yo sé que me quedan muy pocos años para lograr lo mínimo que necesito para seguir viviendo”, lo que daba cuenta de que este hombre se plantea que a los 50 va a ser totalmente desplazado de su trabajo, y esta no es una fantasía de fin de mundo, sino efecto de un conocimiento de la realidad. Y ante estas formas inéditas de percepción del tiempo y del ciclo vital, la cuestión es cómo el sujeto articula un discurso que le permita simbolizar los nuevos modos de la angustia, que son modos reconstructivos de la subjetividad. Lo cual nos remite nuevamente a la instauración del análisis, ya que esta requiere un mínimo de producción sintomática y subjetiva. Y sabemos que no son muchos los pacientes que consultan por síntomas, lo cual no quiere decir que la gente no sea analizable pero que a veces requiere un tiempo de reestabilización psíquica para permitir que el psiquismo acceda a posibilidades de instrumentación del método. Por ello, en lo que podríamos llamar nuestra “artesanía cotidiana”, lo que Freud consideró del orden del “arte”, la habilidad del analista radica en ese juego tan complejo entre levantamiento de defensas y recomposición subjetiva, reconociendo la existencia de diversas corrientes de la vida psíquica para, a partir del mínimo de simbolización posible, ir produciendo nuevas simbolizaciones que posibiliten una estabilidad menos patológica, y que no sea puramente adaptativa ni rígida frente a una realidad que es muy difícil de tolerar.

Bueno, ahora podemos dialogar y debatir.
Comienza el debate
Coordinador – Carlos Pérez
Después de esta excelente conferencia que sin duda es un ejemplo de cómo nos ha podido transmitir en poco rato un montón de ideas tan sugerentes y tan importantes para nuestro quehacer, escuchamos la participación de ustedes.

Susana García –
Antes quería felicitar esta idea, Cambio Psíquico, todo este proyecto de la Comisión Científica y en particular lo que habló Luis de “pensar en libertad”. Tengo que decir que para pensar en libertad eligieron bien la invitada. Muchas gracias.
Hay un aspecto de tu conferencia que no lo voy a tomar porque si no me pierdo algunos planteos que yo hago en mi trabajo de mañana y pierdo protagonismo y me duele demasiado.

Silvia Bleichmar (en tono de broma) –
Ya lo tuve en cuenta y por eso no lo tomé, es tuyo Susana. Es más cada vez que me aparecía la idea de abducción pensaba “Susana se va a ocupar de eso”.

Susana García –
…pero que tiene que ver con estos planteos sobre el método, las intervenciones en fin que sería bueno discutir. A mí me parece que este planteo de la neogénesis, que me parece una idea tan rica y tan tuya, en realidad es uno de los mayores trabajos para el analista. Y digo así porque en cierto modo cuando yo me empecé a analizar y de algún modo, cuando yo me empecé a formar, yo creo que el mundo era más redondo. Entonces cuando ahora nos reímos, si amás es que odiás, la verdad es que estamos de eso pletóricos. Son asuntos resididos a lo largo de nuestros propios análisis y que a algunos nos hicieron de lo más bien también. En cambio ahora nos enfrentamos…. el problema que tú planteabas de la culpa, bueno, tener culpa porque odio y no porque me como 2 sándwiches o tener culpa porque me dejo tocar por mi hijo o nieto y no porque engordé. En cierto modo yo siento que siempre fue revolucionario el análisis pero había como respuestas más organizadas y que este planteo de la neogénesis con el que yo coincido plenamente y que tiene que ver con un planteo vinculado a las nuevas formas de la subjetividad también nos pone siempre en un borde permanente de cómo responder frente a infinitos problemas que los pacientes nos plantean. Cuando tú ponías ese ejemplo del que quiere gozar permanentemente, a mí se me representaba a alguien que me decía, “¿por qué va a haber límites?” Y yo decía, yo no le voy a decir que sí señor, usted tiene que sufrir la falta, el límite, ¿verdad? Porque esa era una moralina pero al mismo tiempo hay que estar siempre en ese borde que es sumamente difícil. No quiero decir con esto que antes era fácil analizar porque sería una simplificación pero estamos mucho más interpelados, estamos mucho más acuciados por los problemas y por esta preocupación que a mí me parece clave, que tú la planteas muy bien, en la posibilidad de simbolización, de resimbolización y de simbolización. Que tiene que partir de un origen, de algo establecido pero que tiene que modificar algo tan central como es, sin optimismos, pero como son aspectos de la represión primaria en ese ejemplo tan precioso que ponías de la niñita. Aquí no estamos hablando de lo que vuelve por la represión secundaria sino de establecer el dique o el límite.

Silvia Bleichmar –
Vos traés varios problemas que son muy importantes. Uno de ellos que tiene que ver con la situación actual. Supongamos un paciente que pregunta lo que vos decís ¿y por qué tengo que…? Yo decía antes, por qué el sujeto se va a privar del goce y recordaba un caso de una nena que atendí hace unos años, que me la trajeron como una fóbica porque no se podía quedar sola en el cuarto y que en la primera entrevista me di cuenta que había una cosa tiránica con la madre, de apropiación que no estaba dispuesta a renunciar. En una entrevista que tuvimos madre e hija, en un momento esta niña me disparó la pregunta “¿y por qué no puedo dormir con mi mamá?”. Y yo le contesté lo siguiente “porque si no podés dormir sola no vas a poder elegir con quien querés dormir y vas a dormir con el primer tarado que se te cruce y no vas a poder dejarlo porque no vas a poder estar sola, con lo cual lo que yo pretendo es que puedas estar sola con vos misma para que el día que elijas dormir con alguien, de verdad elijas” Es una respuesta posible… por supuesto. Y ella me dijo: “es razonable”. Extraordinario, ocho años, extraordinario. A partir de eso quedé con ella en que si lo necesitaba me podía llamar de noche. Carlos, mi marido que está aquí presente, dice que a veces -cuando algún niño llama por teléfono a las doce de la noche- a mis pacientes, los saco de la cama de los padres metiéndolos en la nuestra y yo le contesto que la nuestra es simbólica porque es telefónica, la de los padres es calentita y erótica y que no confundamos los tantos. Pero me llamaba y hablábamos, cuando le agarraba la angustia intensa, hablábamos. Respecto a ese paciente que dice “¿por qué voy a renunciar?”: yo creo que el problema del goce no es un problema moral, es un problema de pulsión de muerte, es la destrucción de uno mismo, porque si no hay límites el sujeto se destruye. Entonces acá se plantea un problema, que uno podría tener un paciente que diga “Y bueno, ¿y qué?” Bueno eso ya es su problema pero mi función es decirle que esto lo puede destruir. Ahora acá hay otra cosa que vos estás trayendo con el tema de la culpa y la vergüenza. Yo creo que nosotros tenemos que ser muy cuidadosos en trabajar estos conceptos, por ejemplo yo he estado trabajando la diferencia entre culpa, vergüenza y pudor. La culpa es siempre del orden triangular, es siempre de la responsabilidad hacia un tercero. Hay una serie de trabajos muy interesantes, por ejemplo de Giorgio Agamben, el filósofo italiano, en los cuales trabaja la diferencia entre culpa y responsabilidad. Tema muy importante hoy frente al tipo de problemas para los que nos piden a veces peritajes o intervenciones públicas.
La culpa es una cuestión moral. La responsabilidad es un problema legal. ¿El sujeto que no asume la responsabilidad, asume la culpa? Depende. Ha habido momentos históricos en los que uno asumió internamente la culpa sin asumir la responsabilidad y en otros momentos no fue así. Entonces, la primera cuestión es que la culpa no puede ser pensada más que en el eje de la subjetividad. Si tomamos, por ejemplo, el mito del parricidio en Freud, importa poco si es verdadero o es falso desde el punto de vista antropológico. Lo que importa es que lo que remarca allí es que la moral no puede producirse sino sobre la base del surgimiento de la culpa ante el tercero, por un daño producido a otro. Entonces la primera cuestión es esa. Hay dominancia de culturas de vergüenza y dominancia de culpa, ustedes saben. Los japoneses son una cultura con dominancia de la vergüenza. Por ejemplo, los que fueron a Irak y volvieron, y fueron capturados, se acuerdan que se armó un lío espantoso cuando volvieron, lo que sintieron fue una profunda vergüenza de haber puesto en riesgo a otros. Por eso el suicidio ritual en Japón es tan importante, porque es una cultura de la vergüenza. Pero la vergüenza es siempre del orden de la intersubjetividad, sin que implique como cuestión central el daño producido a un tercero. Con lo cual la vergüenza puede ser tanto moral como física. El pudor es siempre del orden del cuerpo. Y es un antecedente de la vergüenza. Justamente yo lo tomo como un elemento. En el diagnóstico, por ejemplo, tomo el pudor como posibilidad de reconocimiento de la existencia del propio cuerpo a diferencia del cuerpo del otro en opacidad ante el otro, que tiene que ver justamente con la sustracción del propio cuerpo al otro, apropiación del cuerpo propio.
Del mismo modo ocurre con ciertos sentimientos morales: ¿qué es lo que hace llorar a un niño? Si llora porque le sacan algo, si llora porque lo retan o si llora porque le da lástima que a la mamá de Dumbo la pusieron presa por loca. O porque a la mamá de Bambi la mataron. Disney me sirve para todo a mí porque del Rey León, que es Hamlet, en adelante, ya tenemos todo. Quiero decir que el dolor del niño frente a la posibilidad de identificación con el otro está marcando el surgimiento de la ética. Y el surgimiento del superyo en sus formas llamémoslas iniciadoras de la moral, premorales. Antes todavía de que se instale la culpabilidad edípica, con lo cual trabajar conceptual, metapsicológicamente sobre estos elementos es central hoy, a diferencia de lo que nos ocurría antes. Ello, al mismo tiempo, nos obliga a una depuración muy profunda de los enunciados y a pensar metapsicológicamente. Y entonces eso es extraordinario. Por ejemplo en el caso de Carmen de Patagones; ustedes acaban de tener uno y nosotros también. ¿Hay o no hay un salto en esa violencia? Claro que la hay. ¿Por qué? Porque, tomemos los conceptos de Lacan de la diferencia entre agresividad y agresión. Para pensar la agresividad como la tensión que marca la forma con la cual se define intersubjetivamente el apoderamiento narcisístico, en la tensión que produce la agresividad, el otro es siempre alguien que obstaculiza el goce y tiene que ver con la confrontación narcisística, entonces por eso Lacan lo hace aparecer en el trabajo sobre la agresividad precisamente como algo que está ligado directamente a la dialéctica del amo y el esclavo, a la problemática intersubjetiva.
La agresión la plantea como una desimbolización de esto y un pasaje a la acción que tiene que ver con una pérdida, con una caída de la tensión simbólica. Yo cuando tomo este tema siempre recuerdo una frase maravillosa de Thomas Mann, en su Moisés que dice “Supo que si matar era hermoso, haber matado era terrible y por eso matar debía estar prohibido”. Es espectacular esta frase, hablando de cómo Moisés mató a alguien de joven. Y luego lo que no aparece ahí, que es lo que introduce Laplanche, es la cuestión del sadismo, como algo del orden sexual, que tiene que ver con lo pulsional y no solamente con lo narcisístico. Que es muy importante porque uno habla de sadismo moral cuando hay placer en la destrucción del objeto pero no en la destrucción en el sentido narcisístico sino en conservarlo sufriente y hablamos de placer erótico o erógeno masoquista cuando está presente esto. Ahí se combina un nuevo concepto que a mí me parece importante tomar en cuenta que es la idea de la crueldad como una combinatoria entre el sadismo y el narcisismo, tema muy importante en nuestras culturas. Justamente para no parcializar.
Pero entonces analizando el fenómeno de estos chicos que han aparecido, como en Colombine. ¿Qué es lo que los caracteriza? ¿Es un salto en la violencia? Sí, en un punto. Que en una sociedad desubjetivada y paranoizada como la nuestra, de repente se produce un hecho de violencia que no responde a la violencia intersubjetiva sino donde el exterior, el otro se ha convertido en un enemigo más allá de la función que tiene para mi. Esto es lo extraordinario de ese hecho. Entonces se equipara, en Argentina ahora fue una nena de 8 años le cortó la oreja a un compañero del colegio porque le sacó una manzana. Está bien, es horrible y es un caso de violencia escolar muy grave pero es un caso de violencia intersubjetiva, de los que la humanidad ha tenido siempre, el problema es que en esta época aquello que tendría que estar reprimido, está en ejercicio. Entonces el problema no es que ha desaparecido la motivación libidinal o narcisística de la acción sino que indudablemente cada momento histórico brinda posibilidades de realización de algunos movimientos pulsionales y reprime otros. Y esto produce por supuesto variaciones psicopatológicas. Pero entonces nosotros tenemos que tener claro qué implicación subjetiva, qué aspecto desubjetivado, qué eje de la culpa, qué eje de la vergüenza y trabajarlo metapsicológicamente para no hacer generalidades sobre los seres humanos y para no aplicar generalidades en nuestro consultorio y en la responsabilidad que nos cabe hoy de volver a colocar al psicoanálisis en la cultura como un elaborador simbólico. Cuando yo escribo esas cosas que escribo no las escribo porque quiero ser socióloga, las escribo porque pienso que los psicoanalistas somos los únicos que podemos pensar ciertas cosas, desde cierta perspectiva.
Y me impactó mucho una cosa que me pasó en la presentación de “Dolor País”, en París: que había un historiador y dijo una cosa notable. Dijo “a mí lo que me ha impresionado mucho es la forma en que Silvia Bleichmar lee los fenómenos sociales. Ella transforma una situación en un caso” Y yo le dije no es asombroso, es la forma en que nosotros leemos los síntomas en psicoanálisis. Nos preguntamos por qué, tratamos de encontrar la determinación, trabajamos sobre la singularidad para pensar en la estructura. Esto es lo que yo hice con Dolor País.

Fanny Schkolnik-
Silvia, dijiste tantas cosas que es difícil y quisiera tomar algún punto para ser breve. Me gustaría que desarrollaras mejor el concepto de exceso en relación con la simbolización ya que por una parte es un concepto que habitualmente se maneja en la ausencia, es un concepto que yo sé que tú estás desarrollando y me gustaría entenderlo mejor. Creí entender que tú te referías al exceso como en los primeros momentos de la estructuración del psiquismo, como dando lugar a justamente esas primeras representaciones que serían signos de percepción, pero indudablemente me parece que posteriormente para que se dé la posibilidad de traducción, metabolización, etc., tiene que haber también una ausencia. El exceso sin ausencia me parece que no permitiría la simbolización. Estoy pensando concretamente también dada mi experiencia con pacientes psicóticos, en justamente cómo trabajar desde una perspectiva psicoanalítica y pensar los pacientes psicóticos. Indudablemente que hay que jugarse entre el exceso y la ausencia, me evoca el concepto de implantación y el de intromisión de Laplanche, el de violencia primaria y secundaria de Piera Aulagnier, en fin hay muchos conceptos que apuntarían a que están ambas cosas porque si no está la ausencia, también con los pacientes que tienen aspectos escindidos es decir hay un exceso en que uno, bueno, también en el exceso uno formula o establece cierto tipo de construcciones pero hay también necesariamente una ausencia que tiene que ver con la abstinencia y una serie de elementos del método que permiten que se desarrolle el proceso de simbolización. Me gustaría que lo aclararas un poco más.

Silvia Bleichmar –
De acuerdo. Yo trabajo esa idea de exceso , por supuesto partiendo de los desarrollos de Laplanche; parto de la idea de implantación y de intromisión y sobre todo de una tópica definida por traumatismo por décalage, exógenamente. Entonces lo traumático ocupa un lugar central en esto y vos tenés razón. El problema es que en los pacientes psicóticos la cuestión es ver si se ha producido la regulación del exceso. Pensemos por ejemplo en los ritmos de la alimentación. Los ritmos son legalidades organizantes que permiten el ordenamiento del exceso. Pero cuando digo el exceso me refiero a lo siguiente: una cosa es que yo piense cómo se pauta, cómo se ordena, cómo se legaliza, cómo se define y otra cosa es que yo me plantee qué es lo que hace surgir la representación. Y acá tiene que ver con una diferencia que yo veo con la teoría lacaniana, donde la fuerza del autoerotismo está marcando el surgimiento de la representación. Por ejemplo si a mí me preguntan por qué establezco ciertas cuestiones en cierta indagación… supónganse qué me preocupa en un chico chiquito cuando tomo una historia por après coup para explorar los modos originarios de un trastorno en la simbolización. En primer lugar, la importancia del autoerotismo, para retomar esto que desarrollé anteriormente respecto a que la representación surge del lado del autoerotismo, como forma de reinvestimiento de la presencia excitante del objeto. El autoerotismo marca la presencia de la representación y el fantasma. El chico que se chupa el dedo, que chupa el chupete, que llora porque le cambiaron el tapón de la mamadera, la tetina, está dando cuenta de que ya el psiquismo está funcionando por lo superfluo digamos, no por lo autoconservativo. Con lo cual es ese exceso que aparece en lo autoerótico lo que para mi me da cuenta de que se ha producido la representación. Que esa representación luego encuentre el camino de la inteligencia ordenada, sí tiene que ver con el tema de la falta. Más aún, si llora porque le cambiaron la tetina es porque se inscribió algo y su falta pone en riesgo de desequilibrio la economía libidinal. ¿De qué se trata un exceso que no permite pensar? El de un cuerpo materno que excita permanentemente o que no establece restricciones. Con lo cual la falta es ordenadora pero si no hubiera exceso de inicio no habría posibilidad de regulación. Es fundante. El exceso es lo que en la economía política marcó la posibilidad del trueque. El ensayo sobre el don, de Marcel Mauss, se basa en esto, la idea de que no hay posibilidad de intercambio sin exceso. Con lo cual es el exceso en la sexualidad materna lo que aparece como posibilidades de implantación de la representación. Claro que si ese exceso no tiene otra posibilidad de desfogue, no tiene una posibilidad de regulación, justamente queda sometido el psiquismo infantil a un exceso enloquecedor. Ese exceso enloquecedor está en la base diferenciadora de ciertos modos psicóticos con fuga al simbolismo respecto a formas más autistizadas y más primarias. Entonces me interesa también como forma de diferenciación.
Quiero dar un pequeño ejemplo nada más de esto que me parece muy interesante. Hoy se me ocurren todos ejemplos de niños, pero como estamos hablando de esto, es porque en ellos se ve tan claro. Se trata de una niña que durante todo su primer año de vida estuvo hospitalizada. Nació con una serie de deficiencias muy graves; ya se sabía desde el embarazo que iba a ser así pero padres muy religiosos decidieron tenerla y hacerse cargo. Me consultan cuando la niña tiene dos años. Por supuesto no tiene lenguaje y su único modo de expresión es el pataleo, que fue lo único que no tuvo cerrado a la expresividad durante el primer año en la medida en que estaba canalizada y estaba todo el tiempo agarrada por todos lados. Pueden darse cuenta que en sus primeros tiempos los piecitos era lo único que movía libremente, lo único que le permitía la expresión. A partir de eso se plantea lo siguiente: ¿puede llegar a hablar esta niña cuando nunca pasó por una significación oral de la boca? Esto a mi me lleva a plantear lo siguiente, en los casos graves donde hay problemas severos de hospitalización precoz, se tiene que producir la oralidad aunque no se produzca la alimentación por boca. Hay que estimular la oralidad como precondición del leguaje porque la boca no cobra significación para hablar sino cobra significación en el intercambio libidinal con el objeto. Con lo cual este ejemplo es interesantísimo respecto a la no producción simbólica porque está marcando que aunque los padres le hablaban, aunque estaban al lado y aunque la acariciaban, faltaron los organizadores básicos de intercambio erógeno que posibilitara ese exceso que hubiera sido productor realmente y donde el único exceso que tuvo era traumático y estimulante y no erógeno. Porque es cierto que hubo exceso pero no exceso productivo, entonces es muy interesante para pensar la función en la simbolización de este exceso productor de representaciones que después por supuesto tienen que regularse y justamente los modos con los que yo describía de aquella niña que tocaba la pierna de la madre y que se chupaba el dedo compulsivamente, estaba marcando un exceso no ligado que buscaba a través del autoerotismo, porque eso es lo que tiene el autoerotismo; el autoerotismo es ejercicio y ligazón y justamente es pulsión de muerte porque es una ligazón insuficiente, es un intento fallido de ligazón que intenta la resolución de una tensión que no se liga sino que se pretende evacuar y vuelve, una y otra vez, incrementándose cada vez más tomando la forma de los circuitos adictivos. De modo que compartiría tu propuesta respecto a la función reguladora de la falta, pero a partir de que ya hubo excedente.

Mirian Núñez –
Me preocupan muchas cosas de las que hemos escuchado que venimos también leyendo de la autora por supuesto, de Silvia en relación a la posibilidad que tenemos los psicoanalistas de pensar el cambio psíquico va a depender justamente de los marcos teóricos y las aplicaciones clínicas que podamos hacer de ellos y en esto la formación que hemos tenido y lo que trasmitimos a los nuevos psicoanalistas o a los estudiantes sobre el psicoanálisis me parece fundamental en tanto, como lo dice un trabajo suyo, si trasmitimos el psicoanálisis con los lastres que el psicoanálisis tiene en su campo interno o somos capaces de nosotros también introducir cambios que permitan pensar el psicoanálisis de una forma distinta y cambiar los psicoanalistas en nuestra posibilidad de ejercicio.

Silvia Bleichmar –
Yo le agradezco esta intervención, a partir de que tengo la sensación de sentirme muy reconocida y muy leída, y quisiera apoyarme en ella para dar cuenta de una preocupación. Creo que la mayor virtud en la transmisión está en la forma en que les enseñemos a pensar a los jóvenes analistas donde por un lado la libertad no tiene que quedar despojada de rigor, ya que, justamente, a menor nivel de rigor mayor nivel de dogmatismo, eso es clarísimo. Con lo cual el problema del rigor es central. Entonces me parece que el problema no está solamente en que podamos dar nuevos contenidos sino que podamos enseñar nuevas formas de pensar y de abrir preguntas. Para mí es fundamental esa idea de que las grandes revoluciones científicas se producen no cuando se cambian las respuestas, sino cuando se cambian las preguntas; me parece que el problema de organizar la pregunta -pero no como pregunta post-moderna, porque ese es otro problema, estamos llenos de imbéciles que se preguntan todo de nuevo cuando ya está respondido, preguntan bajo modos retóricos… Cuando vienen alguien y me dice “yo me estuve preguntando qué es la represión original”, cuestión que vengo trabajando hace 25 años, me digo “por qué no me lees, después en todo caso me podés decir: no estoy de acuerdo”, pero primero que reconozca que ya lo escribí, entonces no puede todo el mundo preguntarse todo el tiempo todo, de Dios para abajo. Hay que partir de algún lado, como decía Descartes. Por eso creo que el problema es salir de la duda post-moderna, para generar el interrogante en el marco de lo que se sabe. Por ello lo primero que deberíamos tener es rigor en el reconocimiento de nuestras herramientas y yo en ese sentido no estoy dispuesta a regalar nada ni a tirar nada, porque la novedad por la novedad puede ser una porquería como se ha demostrado en muchos momentos de la historia. Y en la ciencia es clarísimo que la pérdida puede ser brutal, pueden pasar 500 años hasta que se recupere un conocimiento, con lo cual uno se siente en la obligación de ser enormemente cuidadoso. Concuerdo con su preocupación enorme por la transmisión y a mí lo que me produce mucho orgullo a veces, es sentir que mis discípulos me discuten algunas cuestiones y pueden pensar temas que inevitablemente los tienen que alejar de mí, esto es lo que me pasó a mí en algunos puntos con Laplanche. La teoría de Laplanche ha sido la base de mi pensamiento pero hoy hay puntos en los que no concuerdo con él y él me bromea diciendo que yo me quedé en el primer Laplanche. Pero en realidad, yo creo que siendo coherente con algunas cosas de él, y llegué a algunos desarrollos que él puede no compartir pero que son una forma de desplegar sus ideas al máximo y espero que lo mismo ocurra con las nuestras, con las nuevas generaciones. Por eso pienso que no hay que regalar el rigor, que ha habido un error muy severo en las instituciones psicoanalíticas, al menos en mi país, que consistió en una suerte de democratismo poco sólido, que tiene más que ver con lo que han llamado ciertos autores “la tolerancia senil”. La tolerancia senil es la tolerancia del que no da pelea porque ya no tiene fuerza y no porque piensa que el oponente tiene razón. Y creo que nosotros no podemos tener una tolerancia senil, que nosotros en ese sentido tenemos que ser firmes en las ideas haciendo frente a la confusión actual entre firmeza en la defensa de la verdad e intolerancia, lo cual es propiciado por el relativismo post-moderno democratista en el cual todo el mundo dice lo que quiere y nadie escucha al otro. Pienso que tenemos que salir a enfrentar esto, sobre la base de la responsabilidad que implica la transmisión y en beneficio de nuestros propios debates.

Carlos Pérez-
Muy antipático cortar esto pero vamos a hacerlo recogiendo la idea de que tenemos que invitarla más seguido y no sólo la idea sino vamos a tratar de concretarlo.

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