De la impasse a la analizabilidad

Cuando un conocimiento cobra la apariencia de profundizarse cada vez más y, al mismo tiempo, ve limitarse sus posibilidades de transformación, estamos, evidentemente, ante un síntoma. Tal parece ser la situación de una amplia vertiente del psicoaná-lisis de niños que, fruto del estructu-ralismo formalista que impregnó a Europa a partir de los cincuenta y a nuestro país desde los setenta, se ve cada vez más incapacitada de ejercer propuestas clínicas y de ampliar su horizonte productivo, reducido en un circuito reverberante a la repetición dogmática de una serie de enuncia-dos que expresados en tono mono-corde y sin pasión dan cuenta de su esterilidad en un hasta acá hemos llegado” (y, por supuesto, esto no es fácil reconocerlo).
En tal sentido, parecería haber llegado el momento de hacer un ba-lance de los aportes y de las impasses a las cuales nos vemos sometidos desde una propuesta, generada al calor del psicoanálisis francés con-temporáneo, cuyos efectos se arras-tran como ideología espontánea” de los analistas y en particular de aquellos dedicados a la clínica de niños y cuya revisión abre la posibilidad de una reinscripción de los conocimientos establecidos en aras de desgajar de ellos la dosis de verdad
que conservan.
Es indudable que la propuesta inaugurada por Lacan que posibilitó repensar la estructuración del psi-quismo y en particular del incons-ciente en las determinaciones fun-dantes del Edipo concebido en tanto estructura ya no como simple “etapa de la libido propició un corte fecundo con las propuestas sean genetistas, sean endogenistas que obstaculizaban toda posibilidad de concebir las determinaciones que hacen a la constitución del psiquis-mo precoz.
La inclusión de los determinantes edípicos, concebidos en tanto fundantes al calor del estructuralismo levistraussiano tuvo la virtud (le replanteamos una perspectiva no “anecdótica” ni aleatoria de la estruc-turación sintomal. y poner la elec-ción de neurosis en correlación con determinaciones exógenas, deriva las de dichas funciones del Edipo.
El biologismo encontró un punto de desmantelamiento, y las posibili-dades de transformación clínica se ampliaron en la medida en que nue-vos referentes para la transforma-ción se abrieron. Pero, al mismo tiempo, este biologismo fue reemplazarlo de hecho por un atrapamiento lingüístico que produjo un desman-telamiento de conceptos freudianos
de base, entre otros el de pulsión. y la sexualidad infantil se subsumió en un espiritualismo deseante en el cual el placer de órgano y sus subrogados se diluyeron en una suerte de entele-quia que puso el acento en el deseo del otro, ya no como estructura de partida sino como intencionalidad sintomal, de modo tal que gran parte, de los analistas de niños quedaron atrapados sin saberlo, en la medi-da en que la lectura directa de Freud fue reemplazada por la de sus intér-pretes calificados” en una concep-ción del síntoma que en el vocabula-rio freudiano conocemos como beneficio secundario, anulado de tal modo el carácter especifico. singular. his-tórico y tópico del conflicto psíquico al cual el síntoma da alguna vía de resolución.
Si el tiempo de un balance ha llegado, es necesario señalar que el segundo aspecto que hace obstáculo centralmente es aquel que remite a los tiempos de estructuración psíqui-ca. La concepción de la fundación del aparato psíquico como momento mítico definido en el interior de los tiempos del Edipo, si bien constituye un ordenador importante que no podemos descuidar, nos obliga a un replanteo. El ‘tiempo mítico” arroja por la borda toda posibilidad de defi-nir los tiempos reales, históricos, de estructuración psíquica, dejando entonces al analista de niños despo-jado de un parámetro teórico a partir del cual definir una estrategia tera-péutica en aquellos momentos en los cuales el psiquismo está en vías de constitución. De tal modo, hemos dado un paso importante al sustraer al inconsciente de una determina-ción biologista (sea por delegación de lo somático en lo psíquico, sea por recuperación filogenética), y ello nos ha llevado, partiendo de que el In-consciente no es un existente desde los orígenes sino un producto de cultura, a buscar sus determinacio-nes en el inconsciente materno; sin embargo. esto no ha librado a toda una vertiente del psicoanálisis del riesgo de caer en una nueva impasse: la de subsumir al inconsciente infante en el inconsciente materno y, a partir de ello, definir su fundación por un tiempo mítico que no ha per-mitido, durante algunos años, re-plantear una definición metapsicológica del concepto de infancia.
Nuestro problema es hoy, central-mente, el de recuperar el concepto de conflicto psíquico en su carácter his-tórico, singular, y, en esa perspectiva, replantear los ejes que se juegan entre la estructura del Edipo, en tanto estructura de partida, y el psi-quismo infantil en sus movimientos de constitución reales, necesarios, eficientes.

Por mi parte, hace años que he adoptado la perspectiva teorética de someter la clínica a la prueba de la metapsicología y de encontrar desde esta vertiente el movimiento que pueda poner a prueba tanto nuevos recursos de analizabilidad como las contradicciones a que el movimiento teórico freudiano nos somete. La o-bra de Freud es necesariamente con-tradictoria, en la medida en que procesa el cercamiento de un objeto el inconsciente, cuyo conocimiento se sustrae permanentemente. Con-cebida la contradicción desde el posi-tivismo como un “error de juicio” del científico, fue inevitable que gran cantidad de analistas se abocaran a la lectura de la obra bajo un modelo que constituye verdaderamente una ‘elaboración secundaria”, haciendo tabla rasa con las contradicciones, superponiendo conceptos, no sólo cuyas épocas de proveniencia es dis-tinta, sino cuyo contexto teórico los define de modo diferente.
En este deslizamiento originario se montó una disociación entre la teoría y la clínica, con oscilaciones que van desde un clinicismo regido por una cierta refinación de la empi-ria hasta una teorización vacía, no sólo aislada de la praxis, sino que ha llegado al extremo de formular, desde el ideal mismo del cual se proclama custodia, ¡que el objetivo del psico-análisis no es la transformación clí-nica! Volver al ensamble teorético en el marco de una lectura que pueda encarar el movimiento contradictorio de la obra freudiana cumple enton-ces la función de posibilitar nuevos modos de ensamblaje. Ensamblaje en el cual las cuestiones que la práctica nos plantea puedan ser nuevamente encausadas. Como lo formulara Adorno, “el conocimiento vive de la relación con lo que él no es, de la relación con algo diferente de sí mismo”, y en la medida en que aquello diferente de nuestro conocimien-to. en nuestro caso, es la fisura que el
objeto mismo abre en nuestras teo-rías, es necesario no sólo romper la estructuración de sistema con la cual a veces se pretende obturar los enig-mas que la clínica nos plantea, sino aún someter a una rigorización nues-tros enunciados, rigorización que permita no quedar oscilando entre el sometimiento al dato empírico (por un lado), y el dogmatismo obturante (por otro).
Sabemos que se puede ser estructuralista sin que por ello la noción del tiempo quede afectada. Es como el viejo chiste que hacíamos antaño respecto del idealismo solipsista: “si, por supuesto, la realidad no es sino un producto de sus representadores, pero de todos modos, usted no se para en las vías del tranvía”. Un analista de niños, comprometido con la transformación, preocupado por el sufrimiento humano, sea de la co-rriente teórica que sea, no deja cíe plantearse la cuestión ética de que los años perdidos de infancia son irrecuperables y que, más allá de to-do “furor curandis”, debe producir ciertas transformaciones para evitar que el cachorro humano quede des-tinado a la muerte civil.

Y así como el biologismo lleva sobre sí el estigma de haber desper-diciado la potencialidad transforma-dora de la clínica bajo el supuesto cíe algo “congénito”, de difícil transfor-mación y mal pronóstico, el estructu-ralismo formalista reemplaza hoy con un nuevo supuesto inmodifica-ble de partida las posibilidades efec-tivas del proceso analítico. ‘Es una estructura psicótica”. “es una es-tructura suicida”, han devenido más una coartada que un enunciado des-criptivo; y en frases de este tipo se pa-rapetan aquellos que se resignan a la impotencia de su arsenal teórico-clí-nico, y prometen a las nuevas gene-raciones el sufrimiento en la clínica para ganar el reino del cielo cíe la teoría (narcisismo extremo de un Yo ideal ofrecido como ideal de Yo, tan narcisista, que se propone la renun-cia al narcisismo mismo).
Recuperar el carácter histórico de la constitución psíquica, y en este marco Inscribir la tópica en sus momentos de estructuración, es una premisa que puede abrir perspecti-vas diferentes.

Una consulta de difícil abordaje

Guillermina, de cuatro años, es traída a consulta por su madre debi-do a una recomendación del jardín de infantes. Una encopresis diurna, trastornos estructurales del lenguaje y torpeza motriz, hacen temer a la maestra por el futuro de la niña: hay algo raro en esta chiquita, dice la maestra, ciertos aspectos retrasa-dos, pero al mismo tiempo como si fuera inteligente y no pudiera avan-zar… no es una nena normal”. Hija única de padres que se separaron cuando tenía ocho meses, nunca pudo ser tomada a cargo realmente por la madre, quien volvió a vivir con sus padres compartiendo la crianza de la niña con la abuela.
La mirada recelosa, prendida de las faldas de su mamá, Guillermina entra al consultorio sin manifestar la menor intención de establecer algún tipo de contacto, ni conmigo, ni con la canasta de juguetes que está, bien a la vista, a la espera de su atención. La madre intenta desprenderse de ella, la aparta con las manos, me pide, entre irritada y reclamante, que la ayude a separarse de esta niña que, adherida como un cachorrito, obsta-culiza su andar.
La escena marca, al modo de un recorte que asume en su fijeza la cristalización de toda una historia, el movimiento que pone en marcha los indicios de una estructuración pato-lógica que nos convoca a su desman-telamiento. ¡Que el analista no se fascine con el abrochamiento!, éste no da cuenta de una dupla narcisista
en la cual una madre fálica” ha producido una adherencia a una hija que colma su carencia, sino, muy por el contrario, de la falla de una narcísización que compulsa a la niña a adherirse al cuerpo materno en la medida en que no hay representa-ción estructurante que posibilite la organización y sustitución transfe-rencial de un objeto primordial.
Los trastornos que padece Gui-llermina no pueden ser considera-dos, desde el punto de vista psicoanalítico, síntoma-transacciones en-tre el inconsciente y el preconscien-te-consciente, no dan cuenta de una neurosis sino de algo que alude a una falla en su estructuración. La pertur-bación del ‘lenguaje pone de relieve que no se ha constituido el proceso secundario que abre curso a la lógi-ca, a la temporalidad y a la negación. Guillermina no usa los verbos ate-niéndose a la persona ni al tiempo; las escasas frases que emite en la sesión ponen de relieve que aún no se han instalado las preposiciones, los adverbios, las conjunciones, (or-ní–car se intitula una conocida publica-ción que esfuma al sujeto en las marcas del significante).
Su encopresis pone de relieve que lo anal, parte de lo autoerótico pri-mordial, nunca fue reprimido dando cuenta de una falla en la instalación de la represión originaria a nivel del sepultamiento de los representantes pulsionales. El temor con que reac-ciona ante el semejante no puede, evidentemente, ser considerado del orden fóbico no implica el despla-zamiento y sustitución de una repre-sentación inconsciente reprimida, no es el efecto de una recomposición neurótica de una representación sepultada que ataca al Yo precipitan-do la angustia
Guillermina se presenta, ante cualquier analista más o menos pers-picaz, como una niña con severos riesgos en su estructuración psíqui-ca. No hay, sin embargo, posibilidad de encuadrarla en lo que se han denominado las grandes psicosis clásicas de la infancia: no es un au-tismo, ni una psicosis simbiótica, ni por supuesto uno de esos raros cua-dros maníaco-depresivos que tan difíciles de diagnosticar se plantean.

Los psiquíatras con formación analítica han encontrado una cate-goría que da cuenta de estos cuadros categoría proveniente de la psicolo-gía cognitiva de la primera mitad del siglo: las llamadas disarmonías evolutivas de estructura psicótica. Ellas se caracterizan por la ausencia de un síndrome global de tipo defici-tario (la madre de Guillermina dice: ella puede seguir las órdenes de la maestra, en casa se sienta a la mesa, ve televisión, juega con sus abuelí-tos), pero con la alteración de los fun-cionamientos perceptivo-cognitivos y madurativos (psicomotricidad y len-guaje en particular). La organización mental, por su parte, es comprometi-da en un proceso patológico en el cual se inscriben distorsiones o fallas a nivel psicótico, con fijeza de intere-ses, carácter primitivo de los modos de intercambio con el semejante, pero fallas equilibradas en parte por un juego relacional que se apoya sobre diversos registros” que permi-ten evitar la desestructuración masiva2. Se trata, dice J. L. Lang, ” de estructuras evolutivas en el sentido de que la desarmonía fundamental muy precozmente instalada va a organizar al aparato psíquico alrededor de ese núcleo psicótico en un sentido netamente patológico. por otra parte difícilmente previsible, pero distinto siempre del autismo, de la esquizofrenia o de una neurosis estructurada”3.
El aparato psíquico organizándo-se alrededor de un núcleo psicótico parece responder a la Indiferencia-ción de una tópica que no ha terminando de constituirse. Si algo caracte-riza la diferenciación entre sistemas psíquicos que la represión originaria inaugura en los diversos tiempos que la constituyen es que lo psicó-tico”, lo disgregado, fantasmático, pulsional de los orígenes, debe en-contrar un estatuto definitivo en la instalación del inconsciente. Aquello con lo que nos encontramos no es entonces un retraso madurativo, sino una dominancia que en otros tiempos yo misma me vi llevada a definir como pre-psicótica, aludien-do a que ciertos trastornos de la constitución de la tópica no daban cuenta de un simple “retraso madu-rativo” sino de un trastrocamiento general del estatuto de las representaciones a nivel del aparato psíquico.

Nos habíamos habituado, bajo la égida estructuralista, a abandonar la propuesta de Freud de considerar al narcisismo como un tiempo segundo en la estructuración psíquica. Dos obstáculos teóricos nos impedían aprehender las dominancias estruc-turales con las cuales las psicosis infantiles se ponen en marcha. En primer lugar, la idea de que toda mujer. en la medida en que ha asumido un deseo de hijo que se inscribe en la restitución imaginaria de la castración, es, necesariamente madre fálico-narcisista, y su función es entonces la de la captura en su red del hijo concebido como significante de la falta. En segundo lugar que planteadas las cosas de tal modo, esta constitución asume un carácter necesario y estructuralmente ahistó-rico para el sujeto psíquico, de modo tal que, o no hay psiquismo (caso del autismo). o hay psicosis (en singular. como único modo) efecto del abro-chamiento al cual el sujeto queda’ soldado por relación a la falta mater-na (lamentablemente, Freud trabajó sobre un solo caso de psicosis al menos de lo que el reconoció como tal, ya que cada vez tenemos más dudas, cuando nos aproximamos a ciertas descripciones de sus histéri-cas, de que fueran neurosis aquello a lo cual se enfrentó la psicosis para-noica de Schreber, y Lacan la empleó como modelo de su teorización, de modo tal que las psicosis quedaron reducidas, para los analistas, a la psicosis.
Todas estas consideraciones desde nuestro punto de vista condu-centes a severos errores posteriores en el campo de la clínica, no podían sino llevar a una impasse a partir de la repetición anquilosada del enun-ciado siguiente: si el niño psicótico es el síntoma de la madre, y en particu-lar de la madre fálico-narcisista, de lo que se trata es de desabrochar al niño de la posición obturante en la cual ha quedado instalado, y esto debe ser propiciado desde una fun-ción de corte a ser instaurada en el trabajo con la madre.
Las cosas no son tan sencillas, y la brutalidad psicoanalítica se ha diferenciado en ciertos casos más que por la forma, de otros modos de bru-talidad que reconocemos históricamente en diversas prácticas que acompañan nuestro accionar clínico. En primer lugar, para que haya corte, debe haber abrochamiento, y la historia de Guillermina da cuenta de una madre que nunca pudo narcí-sizar a su hija ni contenerla”, envol-viéndola en un tegumento amoroso, en el sentido más primario del térmi-no, dado que las condiciones que llevaron a su nacimiento dejaron a esta madre despojada de toda posibi-lidad de ejercicio de dicha función (que alguien intente dar forma a un tejido cortándolo sin cerrar los puntos, y verá como el estambre se desliza interminablemente hasta dejarlo con un lío desestructurado entre las manos).
En segundo lugar, y como eje desde el cual repensar el movimiento que constituye el aparato psíquico infantil, hace ya tiempo que he revi-sado el concepto de “función” tal como lo propone el estructuralismo, y he llegado a la conclusión de que es necesario replantear tal cuestión recuperando, en el marco de la es-tructura del Edipo, los circuitos libi-dinales entre la madre y el hijo. Doble movimiento que instala, del lado del inconsciente, la pulsión, efecto de lo que siguiendo a Laplanche en su teoría de la seducción originaria po-demos denominar pulsación mater-na, y del lado del preconsciente–consciente el narcisismo, base libidinal que da origen al yo, y que propicia los contrainvestimientos que abren el circuito de la represión originaria.
Esta posición teórica tiene como objeto reubicar a la madre en tanto sujeto clivado, sujeto de inconscien-te, definida en su relación con el hijo por intersecciones transaccionales entre los sistemas psíquicos, y no considerada en modo alguno como ahistórica y homogénea desde el punto de vista de sus representacio-nes. Las consecuencias técnicas que de ello se desprenden son innumera-bles.
En primer lugar, la homotecia estructuralista, es decir, el hecho de que para el estructuralismo el niño se constituya sea como síntoma de la madre, sea como síntoma de la pareja parental, anula la posibilidad de abordaje del psiquismo infantil en aquellos tiempos de su estructura-ción. Es absolutamente imposible, desde el punto de vista psicoanalíti-co, concebir a un sujeto como sínto-ma de otro al menos en sentido estricto. Podemos decir, de modo descriptivo: “este hombre es un sín-toma de la vida de tal mujer”, pero sabemos que estamos haciendo una extensión laxa del concepto de sínto-ma, y deberíamos ser excesivamente torpes para intentar tratar a uno de ellos para curar al otro. En el caso del niño, si bien su Inconsciente se cons-tituye “por referencia al deseo de la madre”, una vez constituido es sobre éste que debemos trabajar, y es de un reduccionismo empobrecedor supo-ner que el inconsciente de un sujeto pueda estar en el otro humano (el inconsciente, o está constituido, o no lo está: lo que está en el otro humano son las condiciones de su constitución y no el inconsciente mismo como tal).
Si volvemos a Guillermina y su madre desde esta perspectiva, nos encontramos con que nuestro pro-blema para definir una estrategia te-rapéutica se juega del lado de cómo terminar de instaurar los sistemas psíquicos en una niña que, desde el punto de vista de su momento de es-tructuración puede ser considerada como una “prepsicosis”. en la medida en que evoluciona bajo una forma que se constituye alrededor (le una alteración en la Instalación de las barreras Internas de la tópica psí-quica (lo cual deja abierta la posibilidades que alrededor de esta brecha abierta se instale el núcleo psicótico que señale una evolución en tal di-rección).
Alteración en la instalación (le las barreras internas de la tópica: es necesario entonces ayudar a que se terminen de constituir las diferencia – clones primarias entre el precons-ciente-consciente y el Inconsciente, siendo condición necesaria (le ello que el Yo ocupe el posicionamiento libidinal que corresponde, a partir (le la recuperación de un investimiento narcisista fallido. Es desde aquí que hablamos de prepsicosis, ya que es-tamos aún en los tiempos de estruc-turación en los cuales una interven-ción psicoanalítica puede precipitar la constitución definitiva de la tópica e Inclinar la evolución hacia una perspectiva diferente.
Por supuesto que Guillermina es “inanalízable”, si por analizar se entiende “hacer consciente lo incons-ciente”, dado que el problema al cual nos enfrentamos es el del emplaza-miento definitivo del inconsciente con relación a la represión que funda la tópica. Por otra parte (Y es acá donde disentimos respecto de cierta perspectiva paralizante que ha em-bargado a un sector importante de los psicoanalistas de niños) sí se in-tentara comenzar un proceso analítico con la madre para que ésta pudiera resolver las dificultades que (tan origen a la estructuración de Guillermina, más allá de que se lograra una mejoría parcial de la niña, ninguna garantía de reestructuración psíquica se obtendría, dado que aquello que ha cobrado una cierta dirección psí-quica no podría ser desarticulado para su recomposición y se perderla el valioso tiempo en el cual aún se está en condiciones de producir transformaciones. Porque el incons-ciente de la niña no esta en la madre, y la estructura de partida estructu-ra del Edipo inscripta en el aparato psíquico materno no se refleja en forma homotécica en la estructura de llegada, el psiquismo de la hija.
Definir a la madre de Guillermina como ‘madre de psicótico”, por otra parte, no resuelve sino la angustia del terapeuta, dejándolo inerme ante las urgencias clínicas que tiene la obligación ética de enfrentar. Etique-tar a la madre como madre ausente”, madre ambivalente”, “madre fálica” o “madre infantil” no es sino una co-artada en la cual la propia impoten-cia expresa la insuficiencia de Instru-mental teórico-clínico que permita encontrar la vía de transformación posible.
Tanto Guillermina como su madre son el producto de una historia cuyos efectos sufren y sus determinaciones desconocen. Las formas bajo las cuales se inscriben el fracaso matri-monial precoz, la ausencia del padre real, la convivencia con los abuelos, la depresión materna que la intole-rancia y exigencia hacia la hija encu-bren, pueden ser simbolizadas y ree-laboradas en un proceso en el cual ambas, madre e hija, encuentren con ayuda de un analista dispuesto a re ensamblar los elementos estructu-rantes de un modo diferente, una vía de resolución distinta. Para ello, es necesario, siendo tres en el consulto-rio, posibilitar la circulación de los cuatro términos del Edipo, pero en ese marco, no confundir los movi-mientos estructurantes por los cua-les Guillermina debe desplazarse.
Un analista exigente y exigido, de-sesperanzado y dispuesto a aplicar 1a ley de castración” como ejercicio despótico del poder del cual es inves-tido, no puede sino Ir hacia un fraca-so. Fracaso que, más allá del desa-liento personal que produce, deja a esta nula y a esta madre libradas a nuevos traumatismos que repiten la historia bajo el modo de retomo de lo siniestro: se encontrarán, precisa-mente, en el mismo lugar del cual pretendieron escapar. Un analista así ocupa realmente un lugar oracu-lar a las puertas de Tebas, y no hace sino presenciar el destino sabiendo por anticipado el drama al cual deja expuesto al otro, sin que pueda por ello modificarlo.
Que este analista luego transfor-me su propio fracaso en “teoría” de la imposibilidad de la transformación de la estructura no implica un verda-dero teorizar sino una recaptura imaginaria de su propia Imposibili-dad. Tejer es entrelazar la trama con la urdimbre”4, y por relación a los aspectos fallidos del psiquismo, quien pretenda pasar una urdimbre imaginaria por un agujero no podrá sino deslizarse por el vacío de su propia carencia (en la cual sigue enhebrando lo inexistente porque no puede reconocerse como castrado). En tal sentido, la función del analista no es la de recrear las leyes del In-consciente, sino la de conocerlas para poder ayudar a transformar las relaciones que entrelazan a los siste-mas psíquicos.

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