“Somos una extraña mezcla de talento, brillantez y derrota” – La Nación -2006

Por eso nos identificamos con Maradona, dice la psicoanalista Silvia Bleichmar

 

“Los argentinos somos como Diego Maradona, una extraña mezcla de talento, brillantez y derrota”, dice la psicoanalista Silvia Bleichmar, ganadora del premio Konex de Platino 2006.

Autora de Dolor país (El Zorzal, 2002) y No me hubiera gustado morir en los 90 (Taurus, 2006), entre otros libros, ejerce actualmente la docencia en universidades de la Argentina y del exterior. Nacida en Bahía Blanca, en 1944, se graduó de psicóloga en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y se doctoró en Psicoanálisis en la Universidad de París VII, bajo la dirección de Jean Laplanche.

En Dolor país desentrañó con precisión quirúrgica los padecimientos de los argentinos tras el estallido de la crisis que determinó la renuncia de Fernando de la Rúa.

La aguda mirada de Bleichmar sobre las situaciones sociales traumáticas es fruto de su sólida formación académica y también de la experiencia: ella dirigió los proyectos de Unicef para la asistencia a las víctimas infantiles del terremoto de México de 1985 y para la ayuda psicológica a los afectados por el atentado contra la sede de Asociación Mutual Israelita Argentina de 1994. Sobre la ola de inseguridad, afirma que lo más grave es la naturalidad con que se aceptan las muertes de niños y adolescentes. “La muerte dejó de horrorizarnos”, señala.

En No me hubiera gustado morir en los 90 , la autora analiza los sentimientos y las conductas de la sociedad argentina tras la debacle de 2001, en un lenguaje accesible al gran público. Se diría que a Bleichmar ninguna manifestación popular le es ajena. Para ejemplo, basta con el capítulo titulado “Amamos tanto a Diego”, dedicado a la pasión que despierta Maradona en los argentinos.

-¿Qué amamos en Diego Maradona, y por qué?

-Ante todo, en él amamos a un ser que surge de la adversidad. Ese rasgo lo amamos en Diego, en Gardel, en Gatica. Además, en un país que ha sido tan derrotado y que constantemente vuelve a resurgir, lo que nos conmueve de “el Diego” es la caída del héroe y su recuperación, su capacidad para no dejarse vencer. Lo que nos conmociona de él es que no se mimetiza con lo que no es. Maradona es de una autenticidad aplastante. Nunca se ha dejado ganar por la tentación de presentarse como lo que no es. Eso hace que alguna gente lo odie y que otros lo amemos, aunque a veces se nos haga difícil. Creo que en Diego amamos la posibilidad de remontar este país de sus raíces oscuras, lo que él representa como lucha contra el destino. Si volviera a caer, seguiríamos amándolo, porque no lo necesitamos exitoso. Lo amamos en el éxito y nos enternece en la derrota, porque él es una parte de nosotros. Amamos lo que Diego tiene de reparador y, a su vez, lo que tiene de inacabado. Diego no es Pelé. No es un triunfador, no es un winner . Es un hombre que cae y se levanta, que vuelve a caer y se vuelve a levantar. Se parece a nosotros y a nuestra historia. Los argentinos somos Diego: podemos hacer cosas sublimes y cosas espantosas, nos derrotamos y nos volvemos a levantar, luchamos creativamente contra todos nuestros traumatismos. Es increíble la capacidad creativa que conserva la sociedad argentina y la puesta en acto que es capaz de realizar. En medio de la crisis de 2001, la gente ponía poemas y armaba talleres de pintura en las calles. La sociedad argentina busca en forma permanente la recuperación: eso tiene que ver con Maradona. Somos una extraña mezcla de talento, brillantez y derrota, y eso nos identifica con él.

-En la Argentina actual, cantidades de niños y adolescentes mueren por causas que no son naturales. ¿Qué reflexión le merece ese fenómeno?

-Lo más grave es la naturalidad con que se aceptan esas muertes. En la Argentina, durante muchos años, la muerte de un niño o de un adolescente supo ser un escándalo. Ahora la sociedad lo toma como un efecto más de la vida contemporánea. La muerte dejó de horrorizarnos. Eso es muy grave, porque la muerte tiene que ser siempre un gran escándalo, y mucho más la muerte de los jóvenes, que invierte la ley natural. La Argentina arrastra una historia de homicidio de las nuevas generaciones desde los años 70. Pero en aquella época el fenómeno era epidémico, y ahora es endémico. El niño que murió en Palermo por las puñaladas que le dio un adolescente, la masacre en la escuela de Carmen de Patagones, el accidente brutal en el que murieron los chicos del colegio Ecos: en todos esos casos se advierte que en la sociedad cierran las llagas cada vez más rápido. En la Argentina, los duelos se realizan parcialmente. No hay duelos de conjunto. Algunos salen a pedir justicia por los chicos de Cromañón, otros están con el tema de los alumnos de Ecos, y así andamos, cada uno sufriendo su traumatismo, levantando su derecho a la vida y sin poder terminar de articular duelos compartidos.

-Más allá de lo colectivo, ¿cómo juega en los duelos individuales el hecho de que los familiares de las víctimas tengan que armar pancartas para pedir justicia frente a las cámaras de la TV, antes, incluso, de enterrar a sus muertos?

-Ese es un gran problema. La historia de impunidad en la Argentina hace que las víctimas no se sientan con derecho al tiempo de duelo y de reposo. Entonces se lanzan a la acción para pedir justicia y los duelos recién pueden producirse a posteriori.

-¿Es esto bueno o malo, desde el punto de vista psíquico?

-La justicia libera a las víctimas de la obligación moral de la venganza. La justicia debe tomar a su cargo la reparación del daño sufrido. En un país donde no hay confianza en esa reparación es muy difícil que la gente se conceda el tiempo del duelo con la convicción de que otros se harán cargo de investigar los hechos y juzgar a los culpables. Aquí, la gente sale a presionar inmediatamente. Eso los lleva a vivir lo que se llama un duelo paranoide.

-¿Fortalece a los familiares de las víctimas hacer público su dolor y su indignación en los medios?

-Los ayuda temporariamente. Algunas instituciones, como las Abuelas de Plaza de Mayo, han permitido una recomposición de duelos no elaborados. La comunidad de pares que han sufrido y que buscan reparación disminuye los efectos patológicos de un duelo. El duelo en soledad y rodeado por la incomprensión de los otros es mortífero. Sentir que el otro no entiende el sufrimiento que uno está padeciendo es terriblemente doloroso. En nuestro país, la gente comprende cada vez más el sufrimiento del otro, pero sólo como un ejercicio intelectual. La Argentina ha sido desmantelada de la capacidad de vibrar ante el sufrimiento ajeno.

-¿La televisión juega a favor de la empatía con el dolor del otro?

-En algunos casos, es maravilloso cómo y cuánto juega a favor. Los seres humanos somos sensibles ante el sufrimiento particularizado. El sufrimiento individual nos conmueve, mientras que las grandes catástrofes masivas sólo nos conmocionan intelectualmente. Este asunto no es menor, porque en la ruptura de la indiferencia está la base de la ética, dado que la indiferencia es el extremo de la crueldad. Lo que a mí más me impacta es la precocidad con que se instala el sentimiento ético en los niños: a partir de los dos o tres años, ya pueden sufrir por el sufrimiento del otro. Comento un caso que llegó a mi consultorio: una niña de menos de tres años cuya amiga había olvidado la muñeca en su casa no podía dormir porque pensaba que la amiga iba a extrañar a su muñeca. El niño que se identifica con el sufrimiento del otro a niveles muy básicos ya es un sujeto ético. En esa identificación reside la base de todo reconocimiento moral del otro y de su derecho. Una de las cosas más graves que se generaron en la Argentina de los 70 y se consolidaron en los 90 es la indiferencia emocional frente al sufrimiento ajeno.

-¿La clase media que en 2001 salió a las calles para protestar por la confiscación de sus ahorros es la misma que hoy satura los shopping sin preocuparse por el hecho de que otros argentinos sigan comiendo de la basura?

-Parte de esa gente es la misma: es el sector de nuestra sociedad que quiere esconder la basura debajo de la alfombra. La ideología de querer esconder algo de lo que todos somos parte hace agua hacia adentro. Por ejemplo, se construyen barrios cerrados para poder vivir dejando afuera la pobreza y el riesgo, pero dentro de esos barrios se reproducen la violencia y el vandalismo, no sólo por los crímenes y robos que conocemos sino porque en muchos countries hay barras de adolescentes aburridos o alcoholizados que entran en las casas de los vecinos que salieron y hacen depredación.

-Lo sucedido con el gobernador de Misiones, Carlos Rovira, ¿es una muestra de que los dirigentes están esperando que el cuerpo social baje sus defensas para reinstaurar los vicios de la política?

-Lo ocurrido en Misiones es un fenómeno bastante novedoso, porque marca el retorno de la política. Por efecto de la devastación política, la corrupción y la malversación de ideas, las acciones colectivas hasta ahora habían sido reclamos de orden social. En Misiones, en cambio, se evidenció una “reciudadanización”. La gente decidió que no se puede hacer cualquier cosa con el poder político. Por primera vez en muchos años, la sociedad civil salió a defenderse de una acción política y no de un daño social inmediato. Es muy difícil conservar la ética en un país tan bastardeado como el nuestro. Yo no creo que todos nos quieran tomar el pelo. Creo que la Argentina es un país tan atravesado por los bolsones de corrupción y de impunidad que se hace muy difícil revertir esa situación. Para lograrlo, se necesita una enorme voluntad política, voluntad que todavía no se manifiesta en los términos en que tendría que manifestarse.

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