Otra cara de la catástrofe: la huella psicológica – TELAM – 2006

Más allá de las heridas físicas, la explosión de la AMIA dejó secuelas psíquicas tanto en los sobrevivientes y en los familiares de las víctimas como en la ciudadanía en general. Desde un primer momento, la encargada de tratar estas consecuencias intangibles del atentado fue la doctora Silvia Bleichmar.

Convocada junto a Carlos Shenquerman por su experiencia en otras graves tragedias, como el terremoto de México en 1985, Bleichmar fue quien diseñó y dirigió el Programa de Asistencia Psicológica de la AMIA.

“Si bien hubo atención espontánea en el momento, a la semana ya se empezó a organizar el trabajo”, recordó Bleichmar.

“La gente asistida no eran pacientes sino afectados por la bomba”, explicó Bleichmar a télam.com.ar. “Esta diferencia era muy importante porque había que brindar elementos de simbolización de la situación traumática sin patologizar a los concurrentes a quienes teníamos que ayudarlos a procesar el exceso de realidad”.

Bleichmar recalca que “no estábamos frente a gente enferma, sino ante personas afectadas por un traumatismo severo”, resaltó.

El trabajo continuó con una diferenciación de los afectados. Se los dividió por edades y la relación que cada uno tuvo con el atentado.

“Se consideró afectado a todo aquel que estuvo conmocionado por alguna razón vinculada al acontecimiento. No solamente a quienes estuvieron en el edificio o en la zona, sino aquellos que sintieran que el atentado los reubicó respecto a su propia historia”.

Todos aquellos que lo decidieron comenzaron a tratarse con los profesionales del programa y, de a poco, comenzaron a surgir distintas historias: “Había una parte de la comunidad judía que no podía dejar de ligar el ataque con el Holocausto y la guerra en Medio Oriente”, comentó Bleichmar. Y otros, particularmente los afectados no judíos, que “relacionaron el atentado con el terrorismo de Estado y, en aquella época, con la muerte del soldado Carrasco”.

En todos los casos, los familiares de las víctimas recibieron atención especial “para que cada uno pudiese expresar su propio duelo”. Se buscó cuidar la diferencia de cada caso porque ,agregó, “no era lo mismo perder al padre que al marido”, destacó la doctora.

Distintos casos, el mismo dolor

En su amplia experiencia, la doctora Bleichmar pasó por varias tragedias, y en ellas descubrió distintos casos, todos constantes en la forma en que los seres humanos expresan su dolor.

“Mientras que el terremoto es una catástrofe natural, el atentado a la AMIA está entre las llamadas tragedias históricas. Esto genera, muy particularmente en los niños, una caída de la confianza en los adultos y una sensación de vulnerabilidad que la familia no puede evitar”, comentó.

Bleichmar, durante su exilio en México, ya había tratado con víctimas del terrorismo de Estado de toda Latinoamérica. Argentinos, chilenos y uruguayos, en todos los casos su trabajo presenta coincidencias: “Es muy terrible. El tema de que hay otro humano operando para el desastre, para el dolor y para el sufrimiento cambia cualitativamente las representaciones del ser humano”.

Otra similitud en las víctimas de desastres es “una pérdida en los primeros tiempos de la capacidad operatoria de las personas”. Según explica Bleichmar, generalmente “se confunde con una depresión, pero en realidad es un proceso de fractura psíquica que se caracteriza por la apatía, no es un cuadro depresivo sino un estallido de las defensas habituales”.

“Eso es bastante universal, y generalmente se lo confunde con una depresión cuando no hay condiciones para elaborar el duelo. La gente ni sabe lo que ha perdido en el momento en que se produce, es un desconcierto total”, enfatizó.

Sin embargo la evolución, en general, es buena. Y para ello hay también factores claves: “El traumatismo menos severo se produce cuanto mayor protagonismo toma la gente, cuando no queda sometido a una situación de ignominia total”, explica Bleichmar.

“Una de las claves es esa, la evolución de ese protagonismo y la necesidad de que se recuperen a sí mismos, antes de ver qué otras cosas perdieron”, agrega.

El problema de registrar lo vivido

Si bien durante la experiencia todo el equipo recopiló una gran cantidad de material escrito, es llamativo lo poco que fue publicado. Procesar el material “implica un costo psíquico enorme. Es muy difícil, en una situación como esta, trasladar a la escritura”, asevera Bleichmar.

“El hecho está muy cercano y además no hubo Justicia, es gravísimo. La falta de Justicia genera una imposibilidad, es como algo no resuelto”, resaltó.

Pero además, los profesionales se ven influenciados por sus propias experiencias: “una mujer sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial me dijo, una vez, que cuando se fotografía un cuerpo violado y asesinado y no se lo cubre, se lo está violando y asesinando nuevamente. Me llevó muchos años poder escribir eso”.

Balances del trabajo y proyección a futuro

Aunque el programa duró aproximadamente un año, cuando comenzó el juicio “nuevamente fuimos convocados porque algunos testigos aparecían como atemorizados, pero se resolvió muy rápidamente”, recordó la psicoanalista.

Luego, los afectados siguieron su tratamiento a través del trabajo individual con cada uno de los terapeutas, y su evolución continúa.

Los mismos profesionales vieron también proyectado su trabajo en el atentado. La doctora Bleichmar, por ejemplo, fue convocada por los socorristas para asistir a las víctimas en las inundaciones en Santa Fe en el año 2003.

Además, recientemente fue nombrada ciudadana ilustre de la Ciudad de Buenos Aires y galardonada con el premio Konex de Platino, en su especialidad, en el 2006.

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