Las condiciones de la identificación

Todo conduce a pensar que el valor que ha tomado progresivamente en psicoanálisis el concepto de identificación se sostiene en el hecho de no considerar a ésta como un mecanismo entre otros, sino como la operación fundamental que genera las condiciones para instituir la subjetividad, al propiciar los requisitos de la constitución psíquica.
La intención de romper con el endogenismo, con la tendencia presente en una parte importante del psicoanálisis -incluido en ello una vertiente de la obra freudiana- de considerar al sujeto psíquico como produciéndose a partir de representaciones innatas, existentes allí desde siempre, efecto de la delegación de lo somático en lo psíquico o de la herencia filogenética -que de hecho lleva a una asimilación de la pulsión al instinto- encuentra algún tipo de respuesta en nuestro medio psicoanalítico a través de la puesta en el centro de la problemática de la identificación, jugada esta en una dupla que se sostiene en línea de continuidad con el narcisismo como cuestión eje tanto de la teoría como de la clínica psicoanalíticas y ello desde dos polos.
Por una parte, a partir de la difusión de los trabajos de Lacan que, desde mediados de los 50, produjeron una subversión fenomenal de los modelos vigentes hasta entonces, asestando un fuerte golpe al biologismo innatista que se sostenía como dominante tanto en el post-freudismo como en la lectura misma de los textos de Freud -en los “freudianos literales”- muchos analistas consideraron necesario ir a buscar no sólo en la teoría sino en la clínica misma, los movimientos constituyentes a partir del semejante humano que pudieran dar cuenta de los procesos de humanización. La identificación aparece entonces como una vía para ello.
Por otra, y próximos a los desarrollos generados por Freud en la segunda tópica, en la cual las nociones de identificación e incluso la idea de “interiorización” del conflicto externo juegan un rol mayor, se encuentran muchos analistas que han sido atravesados simultáneamente -y de un modo tal vez abigarrado- por el pensamiento francés contemporáneo, por cierta lectura winnicottiana, y aún por trabajos desarrollos de la escuela americana de los últimos años, Kojut en particular. En este último caso se trataría más bien de encontrar algún tipo de respuesta para los procesos de subjetivación sin que ello implicara someter a discusión el origen del inconciente.
Porque es necesario señalar al respecto que se puede perfectamente revaluar la función estructurante o desestructurante del semejante, el modo mediante el cual se posiciona respecto a las necesidades, demandas y deseos del -infans, lactante, bebé…- sin que ello implique someter a revisión la materialidad de base de las inscripciones que dan origen al inconciente y aún su fuente.
Si la problemática de la identificación encuentra entonces su punto de articulación con la cuestión del narcisismo, habrá que detenerse un momento para explorar el modo mediante la noción de self parecería haber ganado terreno si no conceptualmente al menos enunciativamente entre gran parte de analistas, y ello sin que haya mediado un proceso de profundización de la cuestión que propicie un relevamiento más o menos concientemente asumido.
Para los autores anglo-sajones, dice Jean Laplanche el self representa la personalidad tal como se estructuró en sus diversas identificaciones. “El self recoge allí una parte de la herencia del yo freudiano ya que por ejemplo el narcisismo, según estos autores, sería amor, no del si, sino del sí mismo. Pero, en una teoría tal, la consecuencia ineluctable es desembocar, por contrapartida, en aislar y en “desembargar” un yo, despojado de sus aspectos identificatorios, y que sólo sería racionalidad, instancia de lo real, sujeto del pensamiento”.
En autores como Kohut, que rescata la diferencia establecida por Hartmann para la metapsicología psicoanalítica, ello es evidente. A partir de su interés por el self, en su carácter de organización centralmente narcisista y amorosa, se sostendría de hecho la diferencia entre un yo función, más organismo que residuo identificatorio, sometido a procesos de diferenciación, incluso con “áreas libres de conflicto”, y un self “catectizado con energía instintiva, con continuidad temporal y provisto de localización psíquica” .
La diferencia kohutiana merece un momento más de nuestra atención, ya que lleva a poner de relieve cuestiones no resueltas en el freudismo. La propuesta de Hartmann -tan vilipendiada en nuestro medio, por otra parte- podría ser concebida como un desarrollo algo aplanado de la contradicción presente en Freud mismo, en la cual se mantiene la diferencia -nunca formulada- entre un “yo representación” y un “yo percepción conciencia”. Indudablemente, Freud no pretendió nunca explícitamente que se tratara de dos “yoes”, pero de hecho, al proponer bajo dos modelos distintos (confrontemos por un instante “Los dos principios del suceder psíquico” con “Introducción del narcisismo” para que ello se haga evidente) tanto los orígenes como las funciones del yo, dejó abierta la puerta para que esto fuera planteado e incluso sostenido.
La lectura de esta cuestión, realizada por Laplanche en Vida y muerte en psicoanálisis y que llevó a acuñar la diferencia entre “yo metafórico” y “yo metonímico” como moneda corriente en psicoanálisis, no era sino un intento de plantear las dificultades de arrastre, sin que ello implicara considerar la existencia de ambos yoes, tal como lo acaba de hacer público en una comunicación que ha hecho circular intitulada “A propósito de mi concepción del yo” en la cual declara explícitamente su oposición a seguir sosteniendo dos modelos del yo en psicoanálisis.
De todos modos que sigue existiendo una dificultad en este punto, en razón de que ese yo del narcisismo, constituido por identificaciones, es al mismo tiempo quien sostiene las condiciones de la lógica del proceso secundario: lógica, temporalidad, negación. El fracaso de estas últimas da cuenta del fracaso de la constitución del yo, o de su funcionamiento. Sin embargo, es el yo el único prerrequisito de su instalación?
Indudablemente la temporalidad, la espacialidad, el tercero excluido, no pueden pensarse sin una superficie de la psique que otorgue valor simbólico representacional a la “materia extensa” del cuerpo, y esta superficie es patrimonio del yo representación. Sin embargo, ella no es suficiente. Tal vez un aporte importante puede ser realizado a partir de abrir las diferencias entre el yo y el preconciente, poniendo a circular ambos conceptos como en superposición relativa en el interior de la tópica, con las consecuencia que de esto se deriva para la comprensión tanto clínica como psicopatológica.
Y ello en razón, por una parte, de que los procesos preconcientes pueden seguir funcionando aún cuando el yo se encuentre deshabitado (como lo han planteado ciertos desarrollos kleinianos en la psicopatología a partir de la descripción de lo que han denominado “pacientes esquizoides graves”) o aún en casos en que la lógica y la temporalidad estén despojada de constelaciones amorosas que den sentido a su operancia; y por otra parte, porque sigue planteándose como problemático de qué modo se establecen las ligazones significantes cuando aún en su entrelazamiento discursivo debe enfrentarse al yo como órgano de desconocimiento, vale decir defensivo : desde dónde se realiza un intercambio discursivo si se pretenden dejar en suspenso las certezas del yo.
Por otra parte, las ligazones amorosas que constituyen el entretejido de base sobre el cual viene a asentarse la identificación dando origen al conjunto de enunciados que articula al sujeto yoico, no surgen en el momento de pasaje del autoerotismo al narcisismo, sino que se instalan previamente a partir del narcisismo trasvasante de la madre que permite la circulación de la libido por vías colaterales y junto a ello el efrenamiento de las realizaciones pulsionales imperiosas y directas .
En esta dirección, la identificación es un tiempo segundo en la constitución sexual del sujeto, corrrelativo a la instauración del narcisismo y estructurante del yo. Y avanzando por este camino podemos señalar que la aparición del concepto de identificación tal como pretendemos tratarlo acá, vale decir como proceso por el cual un sujeto asimila un aspecto, una propiedad o atributo de otro y se transforma total o parcialmente, no alude en absoluto en Freud a la constitución del inconciente sino del yo en tanto órgano libidinal atravesado por la presencia del semejante en la instalación de sus contenidos representacionales.

Se ha señalado hasta el cansancio en estos tiempos (y las razones las hemos planteado de inicio) que es del lado del otro, del semejante, donde debe buscarse la articulación que sostiene en la identificación la propuesta totalizante que organiza un proyecto para que el yo se articule en el interior de una tópica marcada por la represión.
Siendo esto necesario pero insuficiente, habría ahora que dar cuenta del lugar del otro en su función de constitutivo del inconciente, y desatrapar, al mismo tiempo al inconciente de la antropomorfización que supone que el mismo sea un conglomerado identificatorio, marcado por enunciados que precipitan al sujeto en el conflicto como producto de la alienación a la cual su indefensión lo arroja.
El otro opera en la constitución del inconciente originario, del inconciente deseante, en razón de sus propios deseos inconcientes pulsionales y edípicos reprimidos. En razón de esto, el inconciente sexualizante de la madre no puede ser homologado al narcisismo ligador con el cual propone las identificaciones primarias que marcan a la cría en su estatuto ontológico.
Del lado del incipiente aparato, entonces, el inconciente será el efecto de las inscripciones implantadas por los cuidados precoces del semejante, y ellas constituirán las bases residuales de un inconciente destinado a la represión. Por su parte, será necesario emplazar las identificaciones del lado de las instancias segundas, incluido en esto la identificación primaria en razón de que las inscripciones de base que constituyen las representaciones inconcientes son anteriores a su estructuración.
Decir que hay inscripciones destinadas a devenir inconcientes no es decir que haya inconciente. Es separar la materialidad de base destinada a constituirlo de su existencia misma. Es plantear una antecedencia de la inscripción efecto de la representación y de el topos al cual está destinada en la constitución psíquica.
Es abrir también la cuestión de que la identificación es una cuestión del sujeto, no del inconciente originario, aún cuando aspectos de la identificación puedan ser reprimidas secundariamente en razón de la existencia de aspectos inconcientes del yo y de enunciados parentales ligados a éstos cuyo destino es de este orden.

A esta altura de nuestros desarrollos una aclaración se hace necesaria: Sabemos que existe una segunda acepción posible para el vocablo “identificación” tal como fue empleado también en psicoanálisis, que consiste en una operatoria de identificación, vale decir de reconocer como idéntico. Este modo de concebir la identificación, si bien no es dominante en el pensamiento freudiano y no tiene el peso que el concepto de identificación en sentido estricto asume en la constitución subjetiva, se encuentra en Freud para referirse a un mecanismo general de la vida psíquica, cuando describe los caracteres del trabajo del sueño que opera por similitud – mecanismo operante también en la vida psíquica general, que podríamos extender a los movimientos transferenciales que “identifican” al analista con ciertos rasgos de los figuras originarias de la historia libidinal del sujeto, pero que están presentes en todos los movimientos de la vida anímica que a través del desplazamiento amplían los procesos de investimiento que dan origen desde el amor al interés por el conocimiento. Posición que subyace en los desarrollos con los que Melanie Klein abordó la constitución de símbolos como efecto del desplazamiento del sadismo precoz desde la madre hacia objetos más inocuos.
Creo necesario encontrar los nexos entre uno y otro concepto de identificación, vale decir de la correspondencia existente entre “identificar un objeto con otro” e “identificarse”, en razón de que la “identificación de un objeto con otro” es la operatoria ejercida por el otro humano cuando reconociendo al niño como “idéntico ontológico”, le abre la posibilidad de inscribirse en una propuesta identificatoria que lo humaniza. Por otra parte, porque el niño mismo identifica al yo propio con el del otro, mide las diferencias e inscribe las similitudes, y ello no desde la inmediatez de algún tipo de percepción inmanente sino a través del recorrido de un sistema de enunciados que marcan su posible posibilidad de inscripción en las redes libidinales del otro.

Otra cuestión, en el orden del movimiento que estamos propiciando, lo constituye el concepto de “identificación” por introyección canibalística, presente en Freud a partir de “Totem y tabú”. Conocemos la diferencia entre este texto, que se continúa con “Duelo y melancolía”, e “Introducción al narcisismo” aún en el interior de la llamada primera tópica.
En el caso de los dos primeros, identificación es el resultado de una incorporación oral del otro humano , la flecha de la identificación va del sujeto al objeto. Pero en “Introducción del narcisismo” se produce una variación sustancial: esta identificación es el producto de las depositaciones que el adulto realiza sobre el niño, de sus anhelos insatisfechos y expectativas, y no el resultado de un puro movimiento endógeno que buscara en el mundo su realización.
Sabemos que en este período que estamos señalando, que gira alrededor de construcción de la metapsicología -entre 1913 y 1915-, se abre la gran paradoja que ha constituido nuestro tema de trabajo desde hace años: Por una parte, el inconciente es concebido como fundado por represión, y más específicamente, por represión originaria, pero al mismo tiempo, esta represión recae sobre representantes representativos pulsionales, siendo la pulsión tratada como concepto límite, de modo tal que las representaciones se producen directamente por delegación de lo somático en lo psíquico. El concepto de huella mnémica desaparece prácticamente bajo la pluma de Freud, en razón de que la inscripción cede su lugar a la delegación.
Pero paralelamente a este desarrollo endogenista de la pulsión, el yo se propone por primera vez en la obra freudiana, como residuo amoroso de la relación del semejante, esbozándose entonces, la posibilidad fundante de un enlace amoroso al semejante, sin que esto sea delimitado aún por la teoría como identificación.
Recién en 1923, con “El yo y el ello”, que la identificación ocupará un lugar mayor en la teoría. Paralelamente a esto, la pulsión será redefinida en términos de lo que podríamos considerar hoy como una mitología meta-biológica. El concepto de fantasma filogenético permitirá a Freud la reintroducción de la historia -de la especie- en el momento en que su ahistoricismo llega al máximo respecto a la concepción de un inconciente existente desde los orígenes, habitado por la pulsión de muerte y destinado a sostenerse en un esquema trans-subjetivo (no intersubjetivo, articulado en la singularidad edípica), tan caro posteriormente para el estructuralismo de cuño levistraussiano.
Aquí comienzan las remodelaciones que Freud intenta para dar coherencia a una vertiente de la teoría en la cual intenta trabajosamente cercar lo singular en el marco de las complejizaciones del sujeto de cultura. Por un lado, la identificación primaria concebida como “identificación a la madre” y, al mismo tiempo, “al padre de la prehistoria personal”, en ambos casos indirecta e inmediata, situada antes de todo investimiento de objeto.
Anterior a todo investimiento de objeto (de amor), porque es de esto de lo que se trata. Sería posible que el objeto de la pulsión (vale decir el pecho), fuera amado antes de que hubiera sujeto? Porque el objeto de amor se sostiene sobre la base del investimiento pulsional de objetos que son por supuestos anteriores a la constitución del yo pero que no pueden, de modo alguno, ser concebidos bajo la rúbrica de “anobjetales” -en razón de que la pulsión tiene su objeto, y el objeto de amor no se constituye sino por desplazamiento y sublimación del objeto erótico, discreto, de ésta.
Pero la pulsión tiene objeto antes de que el sujeto esté constituído como tal, vale decir, antes de que se constituyan los objetos de amor. La pulsión es “acéfala por definición”, se trata, siguiendo el pensamiento de Lacan, de una estructura radical en la cual el sujeto no está aún ubicado. De ahí que la identificación primaria venga a producirse en el movimiento mismo de constitución del sujeto -en sentido estricto-, bajo el modo de apoderamiento de los rasgos del objeto narcisista-narcisizante, posición en la cual la madre se sostiene propiciando del lado del niño las renuncias pulsionales que lo hacen ingresar como yo ideal en la circulación que lo obliga al sometimiento amoroso reprimente de los deseos inconcientes.
La identificación primaria, constitutiva del yo, instauradora del narcisismo residual del semejante, no es entonces sino el modo mediante el cual el sujeto se precipita en la diferenciación tópica correlativa al abandono del autoerotismo. Como dijimos anteriormente, es entonces del lado del yo donde hay que ubicar las identificaciones que posibilitan al deseo inconciente sostenerse como reprimido. Es en razón de ello que narcisismo no identificación forman parte del inconciente originario, y el entramado en el cual se propician estas renuncias no es sólo visual sino también discursivo: “Los nenes buenos no usan chupete”, “Este nene lindo no se toca la colita”… (aludiendo a las renuncias pulsionales) “Es la nena de papá, o de mamá (inscribiendo el género antes de que la castración lo anude al deseo edípico en el sentido clásico), todos estos elementos instalándose en el entramado mismo del yo y en la superficie que le da forma al homúnculo que representa y metaforiza al cuerpo en su estatuto de sujeto (El yo… por encima o por debajo del cuerpo? preguntaba J. Laplanche en Londres, en 1994, en el curso de las Jornadas de Cantherbury).

Si el narcisismo con su correlato, la identificación, quedan claramente posicionados del lado de lo que reprime, la clínica no podría sostenerse bajo el mero aspecto de trabajar las relaciones de identificación como alienantes -lo cual supondría la existencia de un sujeto primordial anterior a toda identificación.
Sin desconocer que ciertas identificaciones, por su carácter patológico y generador de sufrimiento, deban ser necesariamente sometidas a revisión y desconstrucción en el proceso clínico, y reconociendo que el aspecto “alienación” está siempre presente en una neurosis, es necesario alertar respecto a que llevado el planteo hasta las últimas consecuencias, y llegando al extremo de proponer esta desidentificación como eje de la clínica, se perdería de vista que la función de tales identificaciones, instaladas en el corazón mismo del yo, ocupan un lugar privilegiado como elementos de contrainvestimiento de deseos reprimidos cuya emergencia es angustiosa para el sujeto en cuestión.
Conocemos en la nuestra práctica cotidiana muchos ejemplos que pueden dar cuenta de esto. Permítaseme sin embargo uno más:
Una paciente de treinta y tantos años retrocede, espantada, ante una propuesta amorosa realizada por un hombre cuyas atenciones espera desde hace mucho tiempo. Es tentador retroceder en la identificación hacia la madre, asexuada y dedicada a la familia, y a sus acciones punitivas -no sólo lenguajeras- cada vez que esta mujer, en su infancia, intentaba relacionarse con varoncitos del barrio o del colegio al cual concurría. Los recuerdos están allí, a la mano, y el “como tu madre has de ser” del padre, no ocupan un lugar menor en los ideales que la han sostenido siempre tensionada respecto a toda posibilidad de constituir algún tipo de enlace amoroso.
Sin embargo… ¿no es el a,b,c… del análisis, preguntarse mínimamente qué es lo que ella tema si realiza esta acción que podría en lo aparente diferenciarla de la madre y enojarla con el padre de la infancia?
El discurso materno no entró en ella simplemente como adosado a un yo incipiente, tábula rasa que encontró en esta prohibición más cercana al yo ideal que al ideal del yo de mujer su materialidad constitutiva; él Vino a instalarse sobre la excitación desestructurante mediante la cual el padre, “ajeno e inocente a toda sexualidad infantil”, propiciaba, mediante juegos y mimos nocturnos, un mensaje que brutalmente inhibía cuando proponía a la hija que toda sexualidad era, a su vez, repudiable, razón por la cual la paciente había estado en la obligación de reprimirla dado que esta no sólo ponía en riesgo el “respeto del yo por sí mismo” , sino que devenía fuente de angustia en razón del desborde libidinal, inmetabolizable e inligable que propiciaba.
De tal modo, la razón de la dificultad para acercarse a este hombre que la acechaba no estaba dada sólo por la identificación a esta madre aparentemente frígida, sino porque esta identificación la resguardaba de los peligros de una sexualidad instalado pero sin posibilidad de transcripción, de metabolización ni de exhutorio, vale decir, fuente interna de peligros que dejaban a esta mujer librada a riesgos de descompensación si accedía a abandonar la protección de la identificación materna para acceder a nuevas posibilidades de goce.

Para puntualizar
Señalamos anteriormente que no puede reducirse la cuestión de la función del semejante a aquella que atañe a los modos de ligazón amorosa, a la identificación -primaria o secundaria-; no se trata, por tanto, de concebir a esta en términos de relación intersubjetiva de un modo general, ya que sólo sería concebible la intersubjetividad a partir de la existencia tanto del sujeto como del objeto. Se torna necesario precisar los diferentes estatutos del otro -no del semejante, en razón de que el otro humano no se reduce a aquel del narcisismo y la especularidad- en los procesos de estructuración psíquica y, a partir de ello, la forma en que esto se juega, a posteriori, en el sujeto constituido.
Que la cría humana no se estructure a partir de sí misma, que sus pulsiones, sus deseos inconcientes, sus fantasmas, no sean de origen endógeno sino de aquello que se precipita sobre ella y la obliga a un trabajo de dominio y metabolización, es una opción que hemos asumido en el interior de la teoría psicoanalítica y que nos lleva a concebir la tópica psíquica como fundada exógenamente, es decir desde el exterior.
Recuperamos asï la propuesta freudiana presente no solo en la segunda tópica por relación a las instancias secundarias, sino aquella de los primeros años de la obra, y que alude al lugar constituyente del otro en la fundación misma de la sexualidad y al carácter de precipitado de la fantasía . Intentamos que no se produzca un deslizamiento fácil a partir de ello, sorteando los riesgos de una psicologia social estructurante. (como tal, en razón de que esto implicaría desconocer que en los origenes del psiquismo, no hay dos subjetividades en correlacion, o en interaccion, sino una subjetividad estructurada -la de la madre-, en correlacion con un sujeto en constitucion -el bebe-, lo cual plantea una asimetria radical y fundante del psiquismo humano).
Subrayamos que, como efecto de este encuentro, lo que se introduce en la cria son precipitados que encontraran su punto de articulacion intrapsiquico en la medida en que mayores niveles de complejizacion determinen modos de ensamblaje de los residuos de objetos originarios, descompuestos y recompuestos, en un producto nuevo determinado por su propia singularidad.
Posiblemente la diferencia central que se plantee por relacion a otras opciones, cuyo cuño estructuralista es marcado cuno levistraussiano es marcado, consista en como definir la unidad de base: si esta es, como en el freudismo, el sujeto psiquico, o es la estructura del Edipo de la cual el constituye uno de los terminos. La intervencion de Andre Green en el seminario de La identidad que alrededor de la figura eje de Levi Strauss se realizara en Paris a fines de los 70, definia la cuestion en tales terminos: “el sujeto solo puede definirse desde la perspectiva psicoanalitica por su relacion con sus progenitores. No aludo aqui al agente biologico de la procreacion, sino al nexo de filiacion imaginaria que vincula al sujeto con los integrantes de la pareja, de quienes es fruto, en el fantasma de deseo que ha presidido su venida al mundo.”
Si bien es dudoso que Green sostuviera hoy un enunciado de tal tipo, permítasenos someterlo a discusión, des-sujetado del autor, como paradigma de aquello que pretendemos someter a caución: Para el psicoanalisis, el sujeto no se define por su relacion con sus progenitores, sino por su relacion al inconciente. El hecho de que el inconciente mismo se constituya por relacion al deseo parental y por el posicionamiento del sujeto al respecto no implica que se puedan asimilar facilmente las condiciones estructuales de partida con la estructura de llegada. Ubicar los terminos de esta diferencia es central para recuperar los aportes del psicoanalisis frances contemporaneo sin que nuestra perspectiva del sujeto se diluya en un interaccionismo intersubjetivo que pierda de vista los postulados freudianos de base.
Es en este punto donde se torna necesario volver a la cuestion del “realismo del inconciente”, que reconceptualizara Jean Laplanche desde el Coloquio de Bonneval hasta el presente, y acerca de la cual hemos propuesto algunos desarrollos tanto en lo que hace a la clinica de ninos como a la metapsicologia de la clinica en general. Posicion, por otra parte, acerca de la cual no caben dudas en la obra freudiana, y que diferencia claramente el estatuto ontologico del inconciente -como algo que es-, de su conocimiento, es decir de las vias que permiten el acceso al mismo.
¿Se puede soportar el descentramiento radical que implica la idea de descualificación y metábola? Si el inconciente es, si opera sin que el sujeto conozca ni sus contenidos ni sus procedimientos, se trata entonces de recentrar el conflicto psiquico en tanto intrasubjetivo, es decir produciendose entre sistemas psiquicos, de modo inter-sistemico, pero en el interior de la topica psiquica.
Que lugar ocupa entonces lo inter-subjetivo, tanto en los origenes del sujeto como a lo largo de los movimientos con los cuales la libido inviste sus objetos en los procesos psiquicos relativos al aparato ya constituido?
Imaginemos a la cria humana fetalizada, prematurada no solo neurologica sino lanzada prematuramente a un mundo sexual adulto, lo fundamental a senalar es que esta inermidad se produce en el marco de una “asimetria fundamental entre el nino y el adulto” , una asimetria en la cual la madre, cargada de sexualidad, atravesada por su propio inconciente, transmite con sus cuidados un plus de sexualidad, un plus irreductible a las necesidades basicas del cachorro, transmision que, al mismo tiempo, que genera traumatismos -montos de excitacion que deberan ser ligados- opera con caracter enigmatico ya que el agente mismo de esta transmision desconoce la emision de los mensajes que emite por el hecho de que estos provienen de su propio inconciente.
A partir de mensajes libidinales, mensajes cuyo codigo escapa a la madre misma -en la medida en que son inconcientes-, un sentido a buscar se inaugura, ya que no hay codigo ni perdida de sentido, sino “un sentido a si mismo ignorado” que el nino tendra que recomponer bajo modos de simbolizacion diversos. No es entonces la madre lo que se inscribe en el inconciente, ni siquiera su deseo como tal, sino algo que pasa descualificado, metabolizado efecto de procesos de excitacion que la cria humana intenta de algun modo domenar, ligar, retransformar.
Retomando la problemática de la identificación, y parafraseando al Freud de “Duelo y melancolia “, podemos decir que si “la sombra del objeto cae sobre el yo” en el duelo, es decir en el sujeto constituido, aca el objeto mismo se inscribe, cayendo sobre el incipiente sujeto, generando en el las condiciones de una excitacion transformada a partir de esta intervencion del semejante. Modelo que podemos seguir cuidadosamente en el Proyecto , y que fuera interpretado brillantemente por Lacan cuando, en el Seminario de la Etica, definio al aparato psiquico a partir de esta intervencion del otro como un aparato “totalmente construido contra el apremio de la vida”, guiandose a partir de ello por los indicios del placer-displacer y no ya por los de la satisfaccion de necesidades, e, incluso, en muchos casos -como ocurre con la conocida cuestion de la “alucinacion primitiva”- contra ella.
Es en este punto donde se genera lo que Laplanche ha denominado “objeto fuente”, objeto de la pulsion que es el residuo indicial del objeto excitante proporcionado por el otro, objeto que, operando desde este rudimentario aparato inicial, da origen a la pulsion como algo que, proveniendo desde afuera, opera desde el interior -pero desde un interior que devendra extrano al sujeto, desde un interno-externo, rudimento del inconciente.|
Del lado del yo, por otra parte, la madre intenta la preservacion de la vida. Sus cuidados se dirigen al alivio de las tensiones de necesidad a la cual su cria se ve sometido. Imaginariza, ordena, se propone como modelo de lo humano, aca estamos del lado que lo que, suficientemente divulgado, se ha llamado “especularidad”, funcion que precipita en una matriz el reticulo de ligazones que constituira el yo del nino; funcion que otorga al mismo tiempo una identidad, produce una imaginaria unificacion.
Vemos entonces al semejante, en los origenes, inscribirse mediante un doble movimiento: fundacion del inconciente por inscripciones pulsantes, descualificadas, seductoras, destinadas al apres-coup cuando la represion originaria separe las instancias psiquicas y regle el funcionamiento psiquico en sistemas diferenciales, y, del otro lado, del lado del yo materno, aprehension de una totalidad que organiza una instancia del ser, de preservacion del ser y de ordenamiento y contrainvestimiento de aquello que en el inconciente sera sepultado.
En este movimiento de “identificación” del niño por parte de la madre, y de “identrificación” del niño a la madre, la relación de objeto, en el sentido amoros, no puede ser pensada sino del lado de la madre: relacion narcisista de objeto, relacion de objeto amorosa y hostil, incluso relacion “con” un objeto, en el sentido fuerte del termino, ya que el nino es objetalizado por el semejante y, al mismo tiempo, deviene su objeto.

El lugar del otro se abre entonces en dos direcciones diferentes que indican también la constitución de dos objetos diferentes abiertos a la investigacion psicoanalitica: del lado del inconciente el objeto de la pulsion, concebido ahora como residuo, como indicio del objeto sexual ofrecido por el otro; del lado del yo, el objeto de amor-odio, aquel capaz de ligar, en un movimiento, la vida y el objeto en el sentido de lo objetal. Ambos en conflicto, en oposicon topica -es decir inscriptos en diversos sistemas psiquicos-, ambos de proveniencia diversa y de destinos diferentes.

Una breve reflexion respecto a las instancias que Freud denominara “superiores”, la de la conciencia moral y la del ideal del yo, efecto de la identificacion secundaria efectuada mediante la incorporacion de la funcion paterna en tanto funcion de prohibicion del incesto -en la constitucion del superyo-, para dejar planteado que ha sido tal vez objeto de una cierta simplificacion, llevando a una facil homologacion entre ley y autoridad -cuyos efectos mas graves se ven en ciertas nociones extendidas en la clinica de ninos y en ciertos tratamientos de familia- y en la cual se pierde de vista que su caracter no es un derivado homogeneamente protector-. El ejercicio de la funcion paterna que culmina con la identificacion constitutiva del superyo en su doble vertiente -conciencia moral e ideal del yo-, se establece en el marco de una relacion humana profundamente conflictiva, en la cual es inevitable que se agiten fantasmas mortiferos tanto del lado del nino como del padre: es porque el padre entra en rivalidad con el hijo, porque el mismo ha reprimido duramente su propio Edipo, porque se ve atravesado por sus propios deseos inconcientes a los cuales somete, que esta funcion puede ser ejercida. Algo de tal nivel de complejidad no puede reducirse a una formula simple ni reificado en si mismo; tal vez el estigma mayor que soporta sobre si cierto estructuralismo formalista psicoanalitico es el de haber banalizado el sufrimiento humano bajos formulas de distanciamiento e intelectualizacion, y haber propuesto una teleologia de la castracion que adquiere cierta semejanza con una ideologia de la resignacion.

Intentemos, luego de estos recorridos, resumir ciertos elementos que nos permitan definir las relaciones entre lo intrasubjetivo y lo intersubjetivo, en el marco de la problemática de la identificación que estamos en vías de revisar:

1.- La topica psiquica se constituye en el marco constitutivo del otro humano que implanta, en el sujeto en ciernes, tanto los objetos sexualizantes que dan origen a la pulsion -es decir generan las bases del inconciente- como las vias de ligazon y contrainvestimiento que precipitan las instancias segundas.
2.- Estas relaciones estructurantes son sostenidas por sujetos reales, clivados, atravesados por una historia que se plasma tanto en las formas de seduccion precoz con las cuales sexualizan a la cria -vehiculizadas a traves de los cuidados precoces y, por supuesto, ejercidas a espaldas de si mismos-, como en los modos de estructuracion de las prohibiciones y pautaciones con las cuales ofrecen los modelos de represion de lo que ellos mismos han constituido.
3.- No es del lado del nino de los origenes donde hay que buscar la “relacion de objeto”. Desde el adulto sexualizante hay dos modos de establecer la relacion al cachorro: por una parte, en tanto relacion de la pulsion a su objeto, y, por otra -del lado del narcisismo y de las ligazones que de el derivan- como relacion de objeto a un objeto total y totalizante, y, en tal caso, de amor y de odio. El famoso “das kleine” freudiano, que homologa el pene al bebe en la sexualidad materna, debe ser concebido entonces, por una parte, del lado directo del placer de organo, y, por otra, del lado de lo que el lacanismo, siguiendo los textos freudianos sobre la sexualidad femenina, ha denominado “significante de la falta”, aludiendo al caracter de objeto totalizante de la completud por relacion a la madre castrada. De tal modo, la relacion de objeto, en el sentido freudiano del termino, solo se establece desde esta instancia narcisizante-objetalizante del semejante, y no abarca la totalidad de los cuidados propiciados en la crianza.
4.- Es la capacidad de la madre de establecer una “identificación” del hijo en el orden de lo huumano, en el sentido transitivo, considerándolo como otro humano, lo que establece las condiciones de la “identificación” en el niño. Esta apropiación ontológica, como la denominamos
es condición de verosimilitud, expresada en el sujeto psíquico como convicción respecto a su propia existencia humana.
El imaginario materno, al concebirse como estando en el marco de una “intersubjetividad”, con la atribucion de deseos, angustias, fantasias y pensamientos de todo tipo a la cria, el generador de la subjetividad de la misma.
5.- Respecto al aparato psíquico en estructuracion, tanto identificación como intersubjetividad se producen en un tiempo segundo. La identidad es efecto de la identificación, y la intersubjetividad es impensable sin dos sujetos que intercambian mensajes en algún nivel.
6.- Del lado del objeto de la pulsión, su introyección no implica nivel identificatorio pero sí residual y metabólico; siendo éste exógeno por su origen, opera a partir de su inscripcion no siendo entonces exterior al aparato. Hay que distinguir entre el origen exterior del objeto y el objeto de la pulsion constituido por “apuntalamiento” en este objeto exterior -siguiendo lo la idea de una diferencia establecida por Freud mismo, aun cuando no reconocida en su contradiccion, entre apuntalado en lo somatico y apuntalado en el objeto. El objeto de la pulsion es siempre un objeto-fuente representacional, desligado del objeto de proveniencia, que ha cortado sus nexos con el referente, y, en tal sentido, constituye la materialidad de base del inconciente.
7.- Este objeto de la pulsion, por otra parte, se constituye de modo residual y a partir de los indicios del objeto originario: no es el pecho lo que se alucina (en la alucinacion primitiva definida por Freud), sino los signos de placer que acompanan el encuentro con el mismo. La nocion de alucinacion privimitiva pone en juego entonces un modelo acerca del surgimiento, de la genesis de la sexualidad, bajo el modo de implantacion y recuperacion auto (selbst) del objeto. Como toda alucinacion, no se tratara de la creacion interna de algo inexistente, a partir de la nada, sino de una recreacion de lo real regida por los modos de funcionamiento del deseo. Ni la la leche ni el pecho reales constituyen el objeto alucinado, sino de los indicios de placer-displacer que se imprimen a partir de intervalos diferenciales en la mamada. En este movimiento los elementos sensoriales en juego: calor, olor, textura, acompanando las sensaciones de bienestar-malestar, inscriben las huellas de la experiencia de satisfaccion que funcionaran en todo reencuentro con el objeto y guiaran los movimientos de la pulsion, en tanto “pulsion de indicio”.
8.- Es a partir de la existencia de esta “pulsion de indicio” que el objeto externo puede ser investido, al recuperarse en él las huellas del objeto primordial inscripto. Los procesos de investimiento de objetos del mundo no son inmediatos sino efecto de la interposicion del objeto sexual otorgado por el semejante. Si esto no ocurriera, los indicios serian del orden autoconservativo, ligados a necesidades basicas; el hecho de que haya una feliz conjuncion entre ambos es efecto de la coincidencia entre objeto satisfactor externo y objeto pulsante tambien externo -capaz de ser recubierto por las huellas deseantes. Cuando esta coincidencia se fractura en un tiempo en el cual este fenomeno ya se ha instalado, como lo muestran los desarrollos de un Spitz, por ejemplo, la dominancia de lo sexual entra a funcionar en contra de lo autoconservativo y poniendo en riesgo la vida misma -lo que demuestra el caracter perturbante, “pervertidor” de lo autoconservativo, conque la sexualidad humana opera en el cachorro humano (los ejemplos clasicos de perturbacion de funciones, tales como las anorexias y bulimias, van en la misma direccion).
9.- Que la pulsion de indicio se metonimice en el objeto de amor es parte de un proceso que engarza por desplazamiento objeto de la pulsion / objeto de amor (e incluso organiza, por represion, las formaciones reactivas que constituyen los repudios mas primarios del psiquismo respecto a objetos eroticos, y que pueden sostenerse a lo largo de toda la vida). Proceso producido sobre la base de movimientos tanto de represion como de sublimacion, que permiten la mutacion del erotismo en ternura.
He aquí las bases erótico-amorosas de la identificación (tanto primaria como secundaria). Es imposible identificarse a la madre sin amarla -sin desear tenerla adentro, incorporarla; del mismo modo, y respecto a la identificación secundaria, es necesario que el padre sea amado para que la identificación a él sea posible.
La paradoja de la identificación masculina opera por el lado de la introyección del padre sexuado por vía del objeto pene bajo el modo anal, lo cual conduce inevitablemente a una masculinidad atravesada por la ansiedad homosexual en su textura misma
uencia ambos objetos (el del erotismo y el del amor), realiza una diferenciacion taxativa en
. 10.- Los movimientos psiquicos primarios no estan constituidos entonces ni por “vinculos” ni por “relaciones de objeto” amorosas, sino por relaciones puntuales, eroticas, de enlace con los objetos pulsionales. En esos tiempos del sujeto incipiente, “el intercambio es una ilusion del psicologo”, como bien lo definiera Winnicott.
12.- Sera cuando el sujeto en estructuracion haya atravesado el movimiento que va del autoerotismo al narcisismo (a través de la instauración de las identificaciones primarias) abriendo el camino del amor de objeto y el pasaje por las identificaciones secundarias, que se podrá hablar de una verdadera intersubjetividad.

Y aún cuando encontremos en la constitucion de estos procesamientos una verdadera genesis historica, tendremos que tener siempre presente que no hay superacion integradora de los mismos. En el inconciente, las pulsiones siguen operando como tales, con su caracter discreto y definidos sus movimientos por indicios que guian su accionar. De modo tal que en toda relacion al semejante habra compuestos cuyas proporciones son variables, en las cuales se conjuguen los indicios pulsionales, los modos de recaptura narcisistica y la relacion de amor y odio al objeto con reconocimiento de las diferencias en tanto tales (reconocimiento de existencia de un objeto exterior plausible de ser amado aun cuando no forme parte del yo, y no solo odiado, como ocurre en las dominancias narcisistas que se rigen por los principios de lo que Freud denomino, en Pulsiones y destinos de pulsion, “el yo placer purificado”).
Estas dominancias se produciran por razones diversas, de acuerdo al momento y tareas planteadas por las oscilaciones libidinales de la vida, por la estructuracion subjetiva singular, por el activamiento traumatico de representaciones arcaicas reinvestidas… citando sólo algunas de las que consideramos mas importantes al respecto.
El psicoanalisis no puede diluir entonces esta complejidad en formulas empobrecedoras. La reinclusion del semejante en la constitucion psiquica, asi como los modos posteriores de relacion al mismo: seduccion originaria, modelizacion narcisistica de las identificaciones, implantacion del sistema de prohibiciones e ideales, de ser reubicados y conceptualizados, pueden ofrecer un sustrato mas racional a nuestra praxis y posibilitar una practica clinica que, sostenida en la metapsicologia, permita el ordenamiento de un campo en el cual el crecimiento desordenado de las malezas atenta contra su fecundidad.

Por un lado, en Freud el concepto de identificación siempre se encuentra relacionado con los modos constitutivos de las instancias secundarias: yo y superyó. Nunca Freud ha propuesto que el inconciente fuera residual a una “identificación”, en el sentido estricto del término. Se podría, sin embargo, extender esta noción?
.
La identificación, en tanto modelo constitutivo del Icc., pondría de relieve los aspectos inconcientes del yo o del superyó, pero no podría dar cuenta del inconciente pulsional.
La cuestión vuelve a ser la del otro.

Tres son, sin embargo, las variables que se entrecruzan en la obra freudiana articulándose alrededor del concepto de identificación, sin que ellas se sostengan del mismo modo en los desarrollos actuales.
Por una parte, la noción de incorporación oral, que toma dominancia entre los años de 1912 y 1915, con Totem y Tabú y Duelo y melancolía.
Sabemos las dificultades que aún hoy acarrea: Si la oralidad es el modo más primario de contacto con el objeto, y la identificación se establece siempre bajo el modelo de una incorporación, cómo deslindar la identificación –

Es en Totem y tabú donde la oralidad es introducida no sólo como un modelo erótico entre otros, sino también como un modo de relación privilegiado, estructurante. No nos detendremos al respecto, salvo para señalar que es este modelo el que da cuenta de las formas de la identificación que dan origen al carácter del yo en El yo y el ello: “Un interesante paralelo a la sutitución de la elección de objeto por identificación ofrece la creencia de los primitivos de que las propiedades del animal incorporado como alimento se conservan como rasgos de carácter en quien los come, al igual que las prohibiciones basadas en ella. Según es sabido, esta creencia constituye la serie de los usos del banquete totémico, hasta la Sagrada Comunión”

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