“En el amor y el sexo está todo permitido, siempre que haya ética” Clarin 2006
Nuestra cultura tiene una incapacidad cada vez mayor de acceder a la felicidad. La reemplaza por un goce inmediato y superficial, que no reconoce al otro como un sujeto con el que existen obligaciones de tipo ético.
Analía Roffo.
aroffo@clarin.com
En una escena de la película “Derecho de familia”, el protagonista le dice a su mujer que ella deberá ocuparse de la sexualidad de su hijo hasta la mayoría de edad del chiquito. ¿Es así? ¿Las mujeres se ocupan de la sexualidad de sus hijos varones? ¿Deben hacerlo?
—Las mujeres se ocupan de los hijos varones y de las hijas mujeres. El problema es cuál es el límite de la intromisión en el cuerpo del otro. Porque cuando el protagonista le dice eso a su mujer, le empieza diciendo otra cosa: que se ocupe de cambiarle los pañales, de llevarlo al baño…; hace una seguidilla respecto del cuerpo. Lo que está planteando es que el cuerpo del niño es propiedad de la madre y que él no quiere ocuparse de ese cuerpo.
- ¿Hoy en día hay tantos hombres que piensan así?—No lo creo. Los padres participan muchísimo más que antes, y la madre va perdiendo esa propiedad exclusiva sobre el cuerpo de los hijos. En realidad, es una gran ventaja, porque el nivel de intromisión a veces era muy grande. Pero me parece que el problema de ocuparse de la sexualidad habría que desplazarlo al de apropiarse del cuerpo.
- ¿A qué se refiere?—A que el adulto no se apropie del cuerpo del niño sino que esté al servicio de la resolución de las necesidades que tiene el cuerpo del niño, y que pueda tener en cuenta que ese cuerpo está sostenido por un sujeto. En ese sentido, el adulto —madre o padre— tiene a su cargo la preservación de ese cuerpo, sin tomarlo como objeto de goce propio.
- La palabra goce es típica del psicoanálisis. ¿Cómo la podemos definir en términos sencillos?—Goce es toda forma de ejercicio del placer que esté despojado de la comprensión de la subjetividad que implica el otro.
- ¿Por qué es importante entonces que esa relación inicial y familiar no esté teñida por la idea de propiedad?—Porque contamina el desarrollo de la sexualidad. Una de las cosas que me ha llevado a redefinir la perversión ha sido la instrumentación del cuerpo del otro como un lugar de goce despojado de subjetividad. Cuando se emplea el cuerpo del otro como si estuviera vaciado, como si fuera un objeto, hay perversión. Bajo la forma que se ejerza. Aun bajo la forma de una relación sexual tradicional.
- ¿Ese reconocimiento del otro es imprescindible para el amor, para la relación sexual?—Es que en el amor y en el sexo todo está permitido, siempre que haya ética. La ética implica reconocimiento del otro, noción de mi obligación hacia el otro, como dice Levinas. En este sentido, el amor pone coto al goce desenfrenado. Lamentablemente, una de las cosas que se manifiesta en nuestra cultura es la dificultad de acceso a la felicidad y su reemplazo por un goce inmediato. Y este goce es una forma desubjetivizada de la relación sexual. En ese sentido es perversa, no en los modos genitales o no que tome. ¿Usted recuerda la película “Regreso sin gloria”?
- Cómo olvidarla…—Precisamente, nos hemos pasado la vida preguntándonos cómo hacía esa pareja entre un lisiado de Vietnam y una mujer sana (encarnados por Jane Fonda y John Voight) para ejercer el amor en términos de sexualidad. De lo que no hay duda es de que en esa pareja no había perversión, sino una capacidad infinita de reconocer del otro en su subjetividad.
- ¿Podría haber un reconocimiento semejante en una película como “Secreto en la montaña”?—Exactamente. En ese filme el amor es una cuestión central. A tal punto que uno de los personajes no es homosexual y sin embargo, es tan profundo su amor por el otro, que queda capturado por la pasión, pero no se le ocurriría tener otra relación homosexual. La película tiene otro rasgo extraordinario: cada vez que la sociedad los humilla en su condición de masculinidad, cada uno se arroja al otro, como una recuperación de la dignidad en la medida en que se siente amado.
- Dada la mayor o menor aceptación social, ¿suele haber más sufrimiento en las parejas homosexuales que en las heterosexuales?—Sí, pero no todo es sufrimiento. Una de las cosas más destacables es que las parejas homosexuales estables, en sociedades más permisivas, tienen la misma plenitud y los mismos problemas que las parejas heterosexuales. Se les plantea también a veces la disociación entre el amor por el compañero y al mismo tiempo el déficit pasional que puede haber, exactamente igual que ocurre en parejas heterosexuales cuando se estabilizan.
- Respecto de la similitud de problemas, ¿una pareja homosexual tendría más o menos los mismos que una pareja heterosexual para criar un hijo?—Tendría los mismos, en algunos puntos, y diferentes en los temas específicos que tienen que ver con la organización de género y con el hecho de que se está rompiendo una pauta establecida respecto a la diferenciación de funciones. Pero esto no implica, de ninguna manera, mayor patología en los niños. Lo que hay que saber es que la diversidad de problemas no significa mayor o menor patología, sino diversidad de caminos. Lo que importa es que lo que se sostiene en cualquier situación —sea de reproducción biológica, sea de adopción, sea de lo que sea— es el deseo de hijo como un deseo de trascendencia, que no reduce al niño a su cuerpo en sí mismo como lugar de goce —insisto en esto—, sino como lugar trascendente respecto de la subjetividad. Y eso se puede dar perfectamente en una pareja homosexual o en una pareja heterosexual.
- Usted dice que no hay límites para el amor y el sexo salvo el reconocimiento ético del otro. ¿Es lo que usted observa mayoritariamente?—No, no. Lo que estoy viendo en hombres y mujeres es un reconocimiento, sí, pero de la desubjetivación de que son objeto en la relación con el otro. Me refiero, por ejemplo, a la forma en la cual algunas mujeres sienten al hombre como un proveedor, despojado de otros atributos, furiosas cuando él no provee lo que suponen que tendría que proveer. En estos casos, algunos analistas se confunden, creyendo que lo que está en juego es un derecho y no una fantasía ilimitada respecto a lo que el hombre posee, con lo cual estimulan una pelea brutal sobre la base de un fantasma de frustración de la mujer, que en realidad se sostiene sobre un fantasma de omnipotencia del hombre.
- ¿Y qué observa en los hombres?—En los hombres estoy viendo la sensación, después de muchos años de matrimonio, de haber sido proveedores no reconocidos en su esfuerzo y sufrimiento. Y también aparecen estas preocupaciones en las mujeres respecto a qué representan ellas para un hombre. Creo que esta idea de intercambiabilidad de la pareja que ha surgido —la idea de que la mujer es intercambiable por otra más joven, o el hombre por otro más rico— está vinculada a estos procesos de desubjetivación de los que hablo e implican una profunda infelicidad para la sociedad.
- ¿En esa búsqueda de goce inmediato no hay felicidad posible?—Lo que hay es una pérdida permanente de la capacidad amorosa. El otro día hablaba con alguien que había tomado éxtasis en el fin de semana, y que estaba deprimido. Yo, en lugar de considerarlo como una cosa de culpa, lo tomé como un proceso de deshidratación psíquica. Cuando uno toma éxtasis y no toma agua con sales, se deshidrata. En algunos procesos de drogadicción o de circulación sexual sin enlace con el otro, lo que se produce es una deshidratación psíquica. El sujeto cree que está calmando la sed, pero en realidad se está deshidratando psíquicamente.
- ¿Se está secando?—Así es. Y eso produce un circuito de insatisfacción muy profundo. Porque la gran cuestión es la relación entre felicidad y acceso al placer. La felicidad es una sensación de confort consigo mismo, no es simplemente una descarga del malestar. Y nuestra sociedad ha incrementado tan brutalmente el malestar, que lo único que se propicia son descargas o aplacamientos de ese malestar. La descarga viene por el lado de estas formas de goce y el aplacamiento por el lado de la medicalización. Pero lo que existe es un incremento muy importante de malestar, sobre la base de una fractura del reconocimiento intersubjetivo y de la posibilidad de proyectos compartidos.
Copyright Clarín, 2006.
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