Entre la producción de subjetividad y la constitución del psiquismo

Quizás no nos vendría mal a nosotros, psicoanalistas, echar un vistazo a la historia de la alquimia, y tomar nota de su transcurrir – que conoció su acmé en los siglos XIV y XVII –; no para extraer conclusiones apresuradas, sino al menos para reflejarnos con nuestras angustias y esperanzas en un fenómeno que tiñó todo el pensamiento de su época (y que se sostiene aún en los márgenes de la historia de la filosofía, ya que los últimos textos herméticos están fechados, no en el 1600 como sería lógico pensar, sino a mediados de este siglo. Ese intento de espiritualizar la materia y lograr su transmutación, surgido en los comienzos mismos de la civilización, presente en China, Egipto y Grecia, ligado a la metalurgia y a los misterios de las artes, tiene su origen en las cofradías de fundidores que guardaban el secreto del manejo del fuego y el trabajo del metal, y devinieron a partir de ello “sacerdotes del fuego eterno”, casta de hombres dedicados a los rituales teúrgicos.
Un oficio surgido de una práctica empírica, que no se contenta con la aplicación tecnológica y busca alcanzar los principios mismos que rigen la materia a cuya transformación se aboca, no deja de ser insinuante para quienes consideramos al psicoanálisis como un métier encabalgado entre el arte y la ciencia, cuyos niveles de teorización abarcan desde construcciones capaces de dar cuenta de ordenes de generalización mayor que definen universos de objetos y fenómenos, hasta fantasías más o menos compartidas que intentan ocupar el rango de teoría, pasando por reglas de trabajo, axiomas éticos intra-oficio, y regulación de ingreso al mundo de su práctica, al menos durante algún tiempo. Si las Instituciones Psicoanalíticas – oficiales, con mayúscula, como ellas mismas se autorizaron – fueron el organismo que tuvo a su cargo el impartir la formación y definir los modos de acceso al conocimiento específico, no podemos dejar de hacer extensiva una pregunta formulada a la alquimia durante años: ¿cómo llegaron a escribirse tantos tratados sobre una ciencia que, en su esencia más íntima, deseaba permanecer secreta? – en el caso del psicoanálisis, si no secreta, restringida a los oficiantes – y, luego, ¿bajo qué condiciones esta extensa literatura, que llegó a formar bibliotecas enteras y a esparcirse por los sectores cultos de toda la sociedad, fue archivada, desapareció, y no volvió a ser parte nunca del patrimonio científico de la humanidad?
Si la alquimia, que había desarrollado en el siglo XIV la pasión, y en el siglo XV una verdadera manía que arrastró a toda Europa, ve el comienzo de su declinación en el siglo XVI y culmina su decadencia en el XVII, no contribuyó a ello sólo el racionalismo pragmático ni el surgimiento de nuevos descubrimientos (es de hacer notar que Newton(1642-1727), al decir de Keynes, guardaba mucho del espíritu de “aquellos que mil años antes comenzaron a edificar nuestro patrimonio intelectual”) sino fundamentalmente el hecho de que la alquimia no pudo desmantelar de su propio interior los componentes que impedían su pasaje a otro estatuto. La publicación de antologías que hacían accesibles a todo el mundo los secretos del arte alquímico, en el siglo XVI permitió que sus opositores pudieran profundizar sus críticas y aprovecharse de sus enseñanzas más fructíferas, sin que la mayoría de los alquimistas pudieran dar el paso que los inscribiera definitivamente en el mundo de la modernidad. Muy pocos de ellos, lograron pasar a investigaciones más fructíferas; posiblemente uno de los más conocidos en la posteridad, Paracelso, obvió los aspectos más filosóficos para buscar la práctica del arte sobre la materia, se interesó en la búsqueda de nuevos remedios a partir de los descubrimientos de la alquimia, haciendo progresar los núcleos de verdad que la alquimia había arrastrado en su movimiento. Los trabajos de Lavoisier dieron surgimiento a la química moderna y mediante un embate frontal a la alquimia, la redujeron cada vez más a una cosmología despojada de su fecundidad inicial. La metafísica de los alquimistas ocultó una técnica que recién se hizo comprensible en el siglo XX, y que fue desechada con la hojarasca que ocultaba su fecundidad. Tal vez su mayor problema consistió en la alianza entre técnica (método) y metafísica, lo cual obstaculizó un procesamiento realmente científico que pudiera reinscribir la técnica.
Quisiera que el lector reciba, a esta altura del transcurrir del texto, una dimensión clara de la pretensión metafórica y no de equivalencia que tiene este relato. Sabemos que el psicoanálisis es “un arte” – oficio- y “una ciencia” – conjunto de enunciados de cierta validez para operar sobre los fenómenos de un universo circunscripto, pero su práctica pone en juego algo que lo coloca en una situación muy particular, y es el hecho de que la materialidad sobre la cual trabaja, aquella de la representación y el fantasma, corre constantemente el riesgo de devenir teorización explicativa de carácter universal. Y es desde esta pretensión de universalidad que los psicoanalistas han emplazado las teorías que los seres humanos forjan, sus fantasías, como parte de la teoría general, confundidas con el “corpus” central de su pensamiento, lo cual torna vulnerables sus formulaciones y fáciles de derribar. Porque la patina del tiempo, en épocas de cambio acelerado, tanto en la ciencia como en lo que respecta a la historia de las ideas, produce giros totalmente discrepantes respecto del tiempo cronológico en el cual los objetos están instalados, y las transformaciones sufridas en los últimos años son de tal magnitud que textos relativamente recientes parecerían haber perdido vigencia y enmohecerse a una velocidad desconcertante para muchos.
Sin embargo, el proceso de envejecimiento y conservación de enunciados no es parejo; al igual que ocurre con los seres humanos, las teorías pueden volverse más sabias con el tiempo y seguir siendo un referente para nuevas vidas que se abren, o mostrar su irreductible estupidez – estupidez que, enmascarada de ingenuidad o misterio, parecía en épocas de juventud guardar secretos de goces maravillosos que al no consumarse dejaron entrever la hoquedad de base. Conocemos los destinos que ha tenido la transmisión psicoanalítica, salvo excepciones, en los últimos 50 años:
Al igual que la escritura de la alquimia, con una inversión de la lógica habitual, plenos de efugios y pasajes incongruentes para quien no conozca las condiciones de enunciación, la escritura psicoanalítica se vio afectada por esta modalidad en la segunda mitad del siglo, y bajo la influencia ejercida fundamentalmente bajo por la pluma de Lacan. Ello daba cuenta, más allá de la comodidad con la cual el autor se sintiera instalado en su función de maestro para ejercer el poder, del supuesto afán de crear una fortaleza conceptual, agigantando de hecho el poder que genera la exclusión de quienes no manejan las claves. Intento que produjo, paradójicamente, el mayor fenómeno que haya conocido el psicoanálisis, en lo que respecta a la circulación ideológica de enunciados vacíos, de repeticiones monótonas, de ecolalias diferidas, de convalidación de mercachifles e ignorantes. Porque si, como había ocurrido con la alquimia, la verdadera significación de una palabra o de una frase en su escritura – o aún en su enseñanza oral – sólo podía descubrirse seccionando y recomponiéndola, como se suele hacer en los retruécanos y en los anagramas, o como hacemos habitualmente en la práctica analítica, al verse despojado de asociación, muchos de estos retruécanos se tomaron por enunciados científicos, con una degradación de la metáfora a axioma, dando lugar a pastiches e intentos de ingenio más patéticos e irritantes que divertidos…
Del lado de la Institución Oficial – denominada así hasta hace algunos años, ya que hoy el psicoanálisis ha devenido un conjunto no sólo de teorías que coexisten sino de organizaciones que pelean el espacio no ya de poder pero sí de transferencia, de validación y de generación de recursos magros, donde no hay centro ni periferia, sólo minifundios que se caracterizan por la imposibilidad de generar riqueza ni monetaria ni científica –, y al menos en la Argentina, la ausencia de garantías laborales ha minado las reglas que sostenían si no su prestigio al menos su poder. Ello la ha sometido a un proceso de revisión – o de lisa y llana transgresión, operando bajo cuerda contratos que no se reconocen públicamente – tanto de sus requisitos de admisión como de sus modos de transmisión, donde la democratización parecería deberse lisa y llanamente una búsqueda desesperada de mercado, de nuevas fuentes para dar trabajo a sus miembros, al verse en una situación que bien puede ser definida con la frase con la cual el Papa Juan XXII en 1317 lanzó anatema contra los monjes alquimistas: “Prometen lo que no pueden producir…”, vale decir: exigen una transferencia de recursos materiales y morales que no se ven en condiciones de retribuir ni económicamente ni con reconocimiento social fuera de su propio recinto.
La fecundidad de un campo de conocimiento se revela por su capacidad no sólo de abrirse a tareas practicas inéditas, sino por su posibilidad de incidencia en pensar las cuestiones anticipándose a las mutaciones y catástrofes que la realidad en la cual se despliega le impone. Se debate hoy en el interior del psicoanálisis si las dificultades para ejercer la práctica son efecto de mutaciones en la subjetividad, o de nuevas condiciones de circulación social que obstaculizan el conjunto de las prácticas liberales, de las cuales el psicoanálisis forma parte. Más allá de que en ambos órdenes de realidad pueda haber cambios, es necesario ejercer algunas diferenciaciones que permitan articular ciertos ejes ordenadores capaces de posibilitar no sólo la búsqueda de respuestas sino, en principio, la formulación de preguntas.
Cambios en la subjetividad. Es posible, a condición de que los ubiquemos en la intersección de dos ejes que tienen en sus extremos polaridades que determinan diferencias y conjunciones: por una parte, el que está marcado por la producción de subjetividad, el otro, por la producción psíquica. Diferenciar entre condiciones de producción de subjetividad y condiciones de constitución psíquica puede definirse en los siguientes términos: la constitución del psiquismo está dada por variables cuya permanencia trascienden ciertos modelos sociales e históricos, y que pueden ser cercadas en el campo específico conceptual de pertenencia. La producción de subjetividad, por su parte, incluye todos aquellos aspectos que hacen a la construcción social del sujeto, en términos de producción y reproducción ideológica y de articulación con las variables sociales que lo inscriben en un tiempo y espacio particulares desde el punto de vista de la historia política.
El ejemplo privilegiado que nos permitirá ubicar ambos ejes lo constituye el concepto “complejo de Edipo”, tal como fue teorizado en la obra freudiana y retomado a partir del estructuralismo psicoanalítico. ¿Qué vigencia tiene este articulador fundamental en la actualidad, cuando la familia tal como la hemos conocido a lo largo de los siglos XIX y XX (respecto a este último en su primera mitad) está en vías de mutación, no sólo por las formas sociales que toman los acoplamientos sino por la aparición de aquello que he denominado, hace ya algunos años, “el estallido de la contigüidad biológica”?
Bajo su forma tan difundida como banalizada, este complejo, que consiste en el amor por el progenitor del sexo opuesto y por el odio al del mismo sexo, puede ser derribado en su carácter de organizador general del psiquismo a partir de las nuevas formas de procreación y crianza, dado que asistimos a nuevos modelos que si bien no necesariamente estarían en vías de generalizarse, dan cuenta de la posibilidad de falsación de la novela edípica tal cual fue construida en tanto ya asistimos a nuevos modos de acceso a la producción psíquica en sujetos que no provienen de un modelo con diferencia sexual masculino/femenino, sino que pueden ser no sólo criados sino hasta engendrados en el interior de alianzas de distinto orden: femenino/femenino, masculino/masculino, femenino/espermatozoide donado /masculino, masculino/óvulos-vientre prestados/masculino, femenino/espermatozoide donado/ femenino; femenino/probeta/masculino, femenino/vientre prestado/masculino, masculino/óvulo donado/ femenino… en fin, un conjunto de combinaciones posibles que inciden, por supuesto, en la fantasmática particular de progenitores e hijos.
Es acá donde se torna necesario revisar el modo con el cual el eje “producción psíquica” se ve recubierto por el eje “producción de subjetividad”. Las variables para la producción del psiquismo han sido plegadas en psicoanálisis a los fantasmas singulares de los sujetos que acerca de ellas fantasmatizan: se han tomado entonces como referentes conceptuales, superpuestos y bajo un mismo rubro, conceptos de diverso orden y fantasías más o menos compartidas por sujetos singulares, sin que ellos necesariamente tomen el nivel de universalidad que se les atribuye. Del lado de los conceptos, de las teorías psicoanalíticas, podemos situar la formulación de los modelos tópicos, los conceptos de pulsión, represión, defensa, la formalización del inconciente como objeto científico que da cuenta de un existente real (su “descubrimiento”, dice Freud, y no su invención). Del lado de las teorizaciones de los sujetos, fantasmáticas: la escena primaria, la vagina dentada, la teoría cloacal, la castración… Su posible universalidad (siempre dentro de un universo restringido) no le da sin embargo categoría de teoría general, y sin embargo, los psicoanalistas han tendido a operar de ese modo: tomar un fantasma aparecido en el curso de un análisis, para darle un estatuto universal.
El hecho de que en la familia monógama, heterosexual, con rasgos de patriarcado más o menos acentuados, el complejo de Edipo se caracterice por ciertas variables: adherencia primaria de la relación madre-hijo y concomitantemente ejercicio de la función de corte por parte del padre, amor por el progenitor del sexo opuesto, rivalidad con el progenitor del mismo sexo, lleva a una impregnación de los elementos de constitución psíquica en el marco de aquellos de la producción subjetiva. Y ello en los siguientes términos: si se despojara totalmente de sus elementos histórico-sociales a la crianza de los primeros tiempos, lo que quedaría es la asimetría insoslayable entre el adulto y el niño, asimetría que se caracteriza por la disparidad de saber y poder, y por la discrepancia de posibilidades y estructuras entre uno y otro .
La fetalización (biológica) obliga al cuidado precoz por parte del adulto provisto de sexualidad no sólo genital sino inconciente, que lleva a la prematuración (psíquica) a través de la parasitación simbólica y sexual que el adulto ejerce. En este sentido, y más allá de la mamá, el papá, lo homo, lo hétero, lo que es antropológico, universal en la constitución psíquica, es esta asimetría y el hecho de que todas las culturas deben ejercer algún tipo de pautación que impida la apropiación del cuerpo del niño por parte del adulto como objeto de goce. Es a esta implantación sexual y a esta pautación, que llamaremos Edipo, tanto en la función estructurante que posee como a los efectos residuales, fantasmáticos, que conducen al llamado “Complejo”, vale decir nudo psíquico problemático que torna insoslayable el conflicto en razón de que el deseo nace atravesado por su imposibilidad.
Despojado así de sus rasgos históricos, el Edipo no conserva ya nada del mito originario, lo cual no quiere decir que no sea fantasmatizado por cada uno de sus protagonistas bajo los modos dominantes de las formaciones sociales en juego. De tal modo, en razón de que la fantasía es un producto mixto, y que estas teorías que los seres humanos forjan sobre su existencia y orígenes son del orden de la intersección entre el inconciente y el yo, inevitablemente se ven atravesados por elementos ideológicos intervinientes en la producción de subjetividad, y no sólo por variables constitutivas de la constitución psíquica.
Bajo la misma óptica, podemos abordar la cuestión de la castración: la diferencia, la alteridad, lo inquietante, ha constituido un modelo privilegiado a partir de la diferencia de los sexos, en razón de que es ésta la que pone en juego dos aspectos centrales del ser humano: por un lado la inquietante extrañeza del otro (teorizada por Freud en la relación del niño varón con la madre, la niña con el padre), y por otra – mérito de Lacan haberlo puesto de relieve – porque pone en primer plano la imposibilidad de la completud en términos existenciales, vale decir, el carácter siempre fallido de la supuesta plenitud del ser. Y no deja de ser sintomático que los psicoanalistas sigamos discutiendo la universalidad de la envidia al pene, o de la envidia al pecho y sus dominancias, cuando ambas dan cuenta de modos de tematización e intentos de resolución singulares – más allá de su generalidad estadística en el interior de ciertas sociedades – de los modos de relación con el objeto.
Sin embargo, y escuchando atentamente a nuestros pacientes, es evidente que la mujer adulta actual, aquella que no siente que tenga limitaciones tan graves en su vida laboral o familiar por el hecho de ser mujer, la que ha asistido a la destitución de esa imaginería que captura al hombre en las redes mismas del dominio que ejerce, no desea tener un pene para orinar, sino más bien no depender de un pene de otro para poder gozar, y este goce no se obtiene con un pene adherido al cuerpo sino, precisamente, con uno capaz de ocupar temporariamente la vagina. Del mismo modo, cada vez más vemos aparecer en los niños varones que atendemos – y tal vez como efecto de un cambio cada vez más marcado en las relaciones entre sexos – el temor a ser penetrados violatoriamente como un fantasma mucho más angustioso y frecuente que la angustia de perder el pene. Que se llame a ambos con la cómoda denominación de “envidia del pene” – cuando lo que está en juego es el deseo voraz de apropiarse de un objeto de goce – o “angustia de castración” no es sino efecto de una extensión abusiva de este último fantasma devenido categoría conceptual.
Se sostiene también esta dificultad para encontrar el modo específico de operancia fantasmática en el interior de la clínica, en la idea de un inconciente que permanece tal cual, cuya “indestructibilidad” es considerada no como permanencia fijada de vivencias sino como almacenamiento de fantasías que nunca son retranscriptas, y que constituyen la esencia última del psiquismo. Esta concepción ingenua que atraviesa gran parte del psicoanálisis, imagina un pequeño perverso polimorfo en nuestro interior, homúnculo natural recubierto por la cultura, presto a resurgir o a ser descubierto detrás de las mascaradas con las cuales se ha ido disfrazando a lo largo de la vida. Si algo de verdad se puede rescatar de esto, es el hecho de que lo infantil no es destructible, ni hay maduración que pueda con ello, pero no permanece igual y no podrán nunca convencerme que en cada copa de champagne que ingiero está el deseo nunca abandonado de volver a mamar del pecho de mi madre. Más bien, ese pecho ha sido el prerrequisito que me permite hoy disfrutar el champagne, como también la lectura, el beso y, por supuesto, se halla al borde de una nostalgia que sólo en el límite puede ser considerada de carácter oral erógeno.
Volviendo así a estos dos fantasmas privilegiados de la constitución subjetiva, Edipo y castración, así como otros conceptos que a ellos se añaden (la función del padre, la metáfora paterna), han quedado de tal modo adheridos a la ideología de preeminencia fálica de la modernidad, que son fácilmente destituibles a partir de las nuevas formas de subjetivación con las cuales se recomponen hoy las relaciones de género, vale decir los modos básicos con los cuales las culturas pautan las relaciones de poder a partir de la lógica binaria de repartición de funciones. Se corre entonces el riesgo de que el concepto quede adherido a su ideologización, y que los descubrimientos del psicoanálisis se pierdan con los modos históricos con los cuales el siglo ha dado cuenta de los recubrimientos ideativo-ideológicos que posibilitan la inscripción del psiquismo a nivel de la subjetividad social (vale decir política e histórica). Que esto no nos lleve a confundir lo social histórico y político con el hecho de que no hay subjetividad que no se inscriba en el marco de lo social, vale decir de las relaciones con el otro humano que la produce, pero es la intención misma de este texto dar cuenta no sólo de sus articulaciones sino de sus especificidades.
Situaciones inéditas nos obligan a ser muy cuidadosos en el deslinde de estos aspectos: he tenido oportunidad de recibir en mi consultorio a un niño efecto de una gestación de probeta, respecto del cual el padre declara: “Comparto la paternidad con el médico”. Una niña es traída a consulta en razón de que su madre, separada del padre y en vías de formar una pareja homosexual, nota la aparición de una serie de síntomas que dan cuenta en su hija de la presencia perturbante del enigma cuya respuesta no sólo no sabe cómo formular sino que la confronta a tener que hacerse cargo a través de la verbalización de la asunción pública de su nueva situación. La madre de un niñito que ha gestado a partir de una donación de óvulo fecundado por su propio marido, siente que ha comenzado a amarlo profundamente cuando su hijo ya había transcurrido un año de vida, y recién ahora puede reconocer el extrañamiento que tuvo de llevar un bebé en su vientre cuya genética no le pertenecía…
Qué consecuencias tendrán estas vicisitudes para la futura identidad de estos niños, para la constitución psíquica, es algo que debemos explorar. Pero sabemos que lo real de su engendramiento no ingresará sino atravesado por el imaginario parental, y tampoco se inscribirá sino en el engarce singular e histórico que propicien los enigmas que sus propias condiciones de nacimiento y vida imponen. La niña cuya madre ha hecho una elección homosexual, se preguntará sin duda antes de qué modo se anudó el deseo de la madre por su padre respecto a su propio engendramiento, mucho antes de tener que preocuparse por su propio deseo por los hombres, cuya resolución estará determinada por una pluricausalidad en la cual todos los autores tendrán alguna participación, y en la cual su propia metábola singular dará la palabra definitiva. Ocurre del mismo modo con los otras situaciones cuya complejidad se plantea como mayor en razón de que viene a irrumpir en simbolizaciones anudadas que nos permitían respuestas fáciles, pero en las cuales la generalidad no terminaba nunca de abarcar la singularidad que constituye al sujeto.
No podemos por otra parte dejar de señalar que los enigmas no se constituyen, en la infancia, respecto a una supuesta realidad sustancial, sino a sus complejos entramados deseantes respecto al engendramiento. Ningún niño tiene curiosidad por saber cómo era el quirófano en el cual la madre alumbró; ningún niño erotiza el metal ni queda fijado a él porque sea el material que constituye la pinza del fórceps porque sea el primer objeto extraño que tocó su cabeza fuera del vientre materno. En este sentido, un “niño de probeta” que tuve ocasión de entrevistar no estaba preocupado por la constitución particular del vidrio, sino abocado a encontrar respuesta – en forma desplazada y sintomal – acerca de por qué su madre no había podido engendrarlo en su propio cuerpo, y por que su padre no tenía espermatozoides suficientemente potentes para darle origen de modo natural.
Estamos asistiendo, desde otras perspectivas, a algo del orden de la eclosión fenomenal que se produjo hacia fines de la Edad Media cuando se pasó “del mundo cerrado al infinito universo”. Se abrió allí una revolución científica y filosófica, que llevó a la destrucción del Cosmos, vale decir la desaparición, en el campo de los conceptos filosófica y científicamente válidos de la concepción del mundo como un todo finito, cerrado y jerárquicamente ordenado (un todo en el que la jerarquía axiológica determinaba la jerarquía y estructura del ser, elevándose desde la tierra oscura, pesada e imperfecta hasta la mayor perfección de los astros y esferas celestes. Esta fue la revolución del siglo XVII, la historia de la destrucción del Cosmos y de la infinitización del universo.
Es indudable que a partir de ese momento los hombres – al menos un sector importante de la humanidad – comenzaron a pensar de un modo diferente, pero ello respecto a los contenidos, no a las formas mismas del pensamiento. Mudaron los enlaces y se generaron nuevos modos de representación de sí mismo y del mundo, sin que la lógica sufriera grandes alteraciones, ni la pulsión epistemofílica que ponía en marcha el deseo de fracturar los círculos del Cosmos y de expulsar a la Tierra, lugar del martirio de Cristo, del centro del Universo, estuviera menos o más compelida que hasta entonces.
De igual modo, hoy asistimos a un movimiento fenomenal por el cual muchos preconceptos estallan, muchos modos de ordenamiento de la vida social toman un nuevo carácter. En este sentido, es que la alquimia psicoanalítica ha devenido insuficiente, y debe dar paso a nuevos modos de articulación entre “arte y ciencia”. Debo confesar que me produce un cierto escozor el modo con el cual algunos enuncian el fin del mundo que conocimos como advenimiento del Apocalipsis: “los jóvenes de hoy ya no se comprometen en el amor, ‘se ha estrechado el preconciente’ y hay una patología de la acción que da cuenta de una nueva tópica… La violencia infantil pone de relieve que la humanidad ha perdido todo referente, y que se han quebrado los enlaces con los objetos que sostienen la libido…” ¡¿?! No entiendo cómo emplazar estas afirmaciones ante el fin de un siglo en el cual hemos atravesado Auschwitz e Hiroshima, en el cual hace sólo dos décadas la Argentina fue territorio del terrorismo de Estado y gran parte de la población quedó inerme, cuando no sometida a la complicidad silenciosa, del saqueo de bienes, vidas e hijos de las víctimas, y que culmina tanto con nuevos modos de violencia infantil así como con una toma de conciencia colectiva respecto a la solidaridad y la justicia antes no conocida. ¿Dónde están quienes levantan el dedo acusador y se rasgan las vestiduras acusando cuando se hacen en las manifestaciones por Bullacio, Bru, María Soledad, La noche de los Lápices? ¿Dónde, cuando pese a la dificultad y a la falta de perspectivas, se realizan festivales de cine independiente en los cuales el promedio de edad no es mayor, en un 70 %, a los 30 años? ¿ Dónde están mis colegas que se quejan de la desidia adolescente cuando en los bares se lee poesía y en los festivales de rock los niños de 17 años bailan de la mano de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo o comparten un poema con Sting o con Fito Paez?
Y, sí, hay allí un poco de mariguana, y un mucho de cerveza, y tal vez una que otra parejita de lesbianas, pero eso no permite hablar de un estrechamiento del preconciente, ni de una ausencia de identidad, ni de una falta de metas, ni de una pérdida de los referentes de la subjetividad, salvo para quienes encuentran hoy un mundo que, como ha ocurrido siempre con todas las generaciones luego de cierto tiempo de transcurrir por el mundo, y en particular con un mundo tan cambiante, se sienten un tanto ajenos, un tanto viejos, algo desconcertados, un poco tristes, bastante enojados. La memoria, como el preconciente, se expande o contrae de acuerdo a las relaciones entre los sistemas psíquicos; y ésta es el producto de un complejo interjuego entre lo social y lo singular, entre la producción de subjetividad y la constitución del psiquismo,
Cambios en la subjetividad a partir de nuevas condiciones sociales indudablemente se están dando, pero ellos no invalidan los descubrimientos psicoanalíticos. Nos emplazan más bien a avanzar en la demarcación de los paradigmas más fecundos y en la valentía para despojarnos de las hipótesis adventicias acumuladas a lo largo del siglo, si es que confiamos en la herencia teórica que todavía podemos poner en marcha. El psicoanálisis no sólo no ha agotado la fecundidad de sus posibilidades de explicación y transformación, sino que constituye el relicto, en medio de la masificación y la eficiencia uniformante (como las manifestaciones de los jóvenes, sus espacios de poesía y de música), de un espacio y de un conjunto de enunciados en los cuales la singularidad humana, sus pasiones y motivaciones libidinales – no puramente autoconservativas – siguen teniendo una función e intentan la no reducción de la subjetividad a la maquinaria que tanto la produce como la constriñe
Es necesario separar, tanto de los enunciados freudianos como de las grandes escuelas post-freudianas que han inaugurado conocimientos a lo largo del siglo, aquellos núcleos duros de verdad de las impregnaciones socio-culturales y de las importaciones de otros campos científicos que ya no se sostienen. En ese sentido, debemos rediscutir los universales de la constitución psíquica y restituir a aquellos determinantes que sólo son corroborables histórica o geográficamente, su valor de operadores restringidos para abarcar un campo de fenómenos posibles, al intercambio con otros estudiosos del campo de la constitución de la subjetividad: antropólogos, cientistas sociales, educadores.

Tenemos a nuestro favor el ejercicio de una práctica que no sólo abre un campo fecundo en sus posibilidades respecto a generar transformaciones productivas en los tiempos de constitución del psiquismo y en el alivio del malestar psíquico, sino que genera un espacio privilegiado para la exploración de las premisas de la misma en el marco de las grandes propuestas antropológico-filosóficas que intentan cercarla.
Pero ello obliga a una depuración de enunciados, separando aquellos de orden permanente de su circunstancialidad histórica: Edipo, castración, envidia del pene, vagina dentada, escena primaria como engendramiento de bebés, retorno al seno materno, fantasmas que dan cuenta de un modo con el cual los seres humanos teorizan sus orígenes; esa inquietante cuestión que hace a la alteridad en su carácter más radical, como hecho fundante en la proveniencia del otro humano. Pero también como resultantes del ensamblaje con el cual los modos históricos, que forman parte de la producción de subjetividad, se enraízan en el procesamiento ideativo haciendo impacto en la estructuración psíquica y ofreciéndole su materialidad para articularse en la vida social.

 

 

 

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